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En Estados Unidos tres cuartas partes de la población adulta entre 18 y 55 años solía estar casada. Ahora apenas llegan a la mitad. Un columnista célebre de The New York Times escribió sobre el dato y sus posibles consecuencias. Nicholas Kristof recibió un millar de comentarios negativos, escritos en su mayoría por mujeres que reaccionaban ante afirmaciones meramente estadísticas como esta: «Las encuestas indican que, en promedio, las parejas casadas reportan más felicidad, acumulan más riqueza, viven más y crían hijos más exitosos que los padres solteros o las parejas que cohabitan, aunque hay bastantes excepciones», decía Kristof. Resumiendo mucho: las alegaciones femeninas venían a decir que el matrimonio es una cosa fantástica para los hombres, pero no para las mujeres, porque tienen que dedicarse a cuidarlos: «Son unos críos».
Esta semana volvió a ocurrirle lo mismo, pese a admitir que algo de eso podía darse. Otra vez las encuestas: «Entre las mujeres de 18 a 55 años, el 39 por ciento de las casadas declararon estar ‘muy felices', mientras que solo el 23 por ciento de las solteras se veía así». Tituló la columna «Less Marriage, Less Sex, Lex Agreement», es decir, «Menos matrimonio, menos sexo, menos concordia», porque situaba en este fracaso de la familia y en la dialéctica varones/féminas uno de los orígenes de la sociedad polarizada actual. Parece que allí los más jóvenes son ahora más conservadores que los más viejos, y las más jóvenes más progresistas que las mayores. El número de comentarios contra los hombres se disparó, y resulta muy esclarecedor lo que dicen. Como si el diablo hubiera conseguido cargarse otro de los grandes placeres inventados por Dios.