Más que un transporte

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

PEDRO DAVILA-EUROPA PRESS | EUROPAPRESS

19 jun 2024 . Actualizado a las 11:29 h.

Se podría escribir un tratado de filosofía sobre la relación que los seres humanos mantenemos con los medios que nos transportan. Por qué algunos nos emocionan y otros nos enojan. Por qué hay quien acaricia su utilitario con una disposición sensual que escamotean a los humanos con los que conviven. Por qué las viejas estaciones de tren son conmovedoras y las viejas estaciones de autobús, un horror. Por qué ya no quedan tranvías en España mientras abundan en Europa. La historia de la locomoción es la historia económica de un territorio pero también la emocional. Hace cincuenta años, volar era un lujo reservado a una minoría. La fecha del primer viaje en avión se compartía con la importancia que se conceden a los ritos de paso. Y una travesía por el cielo era fascinante, con un personal que te ofrecía whisky y aperitivos en miniatura que nunca dejaban de salir del mini bar. Hoy los aeropuertos son territorios comanches en los que los viajeros carecemos de derechos y los aviones son cajones deprimentes sin distancia mínima social. A cambio, volar es más barato y asequible que nunca. Pero de todas las tendencias de movilidad, una de las más interesantes es la paulatina pérdida de interés de los jóvenes por el coche. Aquel automatismo 18 años/carné de conducir se ha ido relajando porque los chavales empiezan a moverse de otra forma. Aún así, lo más reseñable de los últimos tiempos es el retorno del ferrocarril, ese viejo medio de locomoción cuyo despliegue vertebró la modernidad. Los trenes viajan abarrotados y con el cartel de todo vendido. Para quienes añoramos sus vagones durante los años de abandono, el despliegue progresivo de líneas y servicios fue una alegría. La congestión actual demuestra que cuando el tren funciona la gente lo coge y que el desafío ahora lo tienen los responsables de organizar el asunto.