Una persona no nace político, como tampoco médico, arquitecto, carnicero o policía. La vocación, el talento y las circunstancias vitales van marcando el curso de nuestro destino a medida que transcurre el tiempo. Puede que la ambición personal por acceder al poder, la voluntad por acabar con las injusticias y lograr una sociedad más solidaria y con mejor calidad de vida o, simplemente, la necesidad, impulsen a algunas personas a iniciar una carrera política. En cualquier caso, muchos de los candidatos que llegan al final de la carrera son, cuando menos, inesperados.
En una semana en la que las urnas arden ante los comicios en Francia o Irán, la campaña electoral británica afronta su recta final y la de Estados Unidos alcanza impulso, hemos sido testigos de lo mediocres, por no decir, directamente, inapropiados que son los aspirantes a regir los destinos de muchos países. Mientras la participación en Irán no ha superado el 45 %, una muestra apabullante de la desaprobación y desafección de la población ante los candidatos seleccionados por la cúpula religiosa que ejerce el poder desde 1979, en Francia, Macron, azuza el miedo a la extrema derecha para intentar reconducir los alarmantes porcentajes de las elecciones europeas en su país.
No menos interesante es lo que sucede en Gran Bretaña. Significativa la pregunta de un ciudadano durante un debate televisado por la BBC sobre la inexistencia de otros candidatos más cualificados que Sunak, a quien calificó de un magnifico ministro de Finanzas pero un pésimo primer ministro, o que Keir Starmer, a quien acusó de seguir los dictados de los obsoletos dirigentes del Partido Laborista. Ninguna sorpresa tampoco ante la filtración de los comentarios homófobos y racistas de algunos de los políticos que siguen al radical Nigel Lafarge.
Pero lo verdaderamente patético fue la constatación, en el debate televisado el jueves desde Estados Unidos, de la debilidad de Joe Biden, perdido en medio de una frase, y las más de 40 mentiras que Trump no tuvo reparo en repetir por enésima vez. Un octogenario decrépito y un septuagenario que no quiere reconocer que se le ha pasado su momento.
¿De verdad que no hay gente más joven, mejor preparada, con más capacidad y mejores posibilidades de trabajar por el bien común? ¿O es que las estructuras de los partidos están tan oxidadas que nadie se atreve a hacer lo que hay que hacer?