
Hace unos días, la organización de los Juegos Olímpicos de París explicaba que se iban a distribuir 300.000 preservativos entre los participantes. Se sabe que asisten 17.000 atletas y que cada preservativo se usa por dos personas (bueno, sin meternos en otros líos), lo cual implica que se esperan 35 polvos —Sheldon diría coitos— por persona. Claro que entre los deportistas habrá hombres y mujeres casados que, en algunos casos, serán fieles a sus parejas, por lo que, los que no lo sean tendrán una mayor actividad sexual. Ahora entiendo la felicidad en las caras de aquellos y aquellas que en los últimos meses se iban clasificando para competir. Laurent Michaud, el director de la Villa Olímpica, ha declarado que «es muy importante que los atletas se sientan contentos y felices». Yo a este tío lo hacía alcalde de mi ciudad. Es un fenómeno.
He usado la palabra preservativo porque si escribo condón puede quedar un poco feo, pero sin motivo, porque han de saber ustedes que la palabra proviene de un médico del siglo XVIII, y que existe un barón británico apellidado así. Vamos, que es como decir: «Cariño, ponte un Rodríguez». En Inglaterra, la palabra condón es muy elegante, como profiláctico. Allí, si quieren ser ordinarios le llaman Durex, ya me dirán ustedes. Pero en las olimpiadas de Londres 2012 repartieron la mitad, los muy tacaños. Así no hay quien llegue a las finales. En fin, que a los atletas les deseo mucha suerte y que ganen muchas medallas de todo tipo, ustedes ya me entienden.