
El riesgo de ser abogado aumenta, lo cual podemos extrapolar al resto de profesiones dada la crispación reinante entre la ciudadanía. En Madrid se triplica el número de abogados que piden amparo por acoso de los clientes, tensión en las comisarías e incluso difamaciones en internet que pretenden echar por tierra el prestigio del togado, sobre todo en el turno de oficio. Las profesiones liberales cada vez son más complicadas de sobrellevar. Dejando al margen el maltrato sufrido por los autónomos, los cuales carecen de buena parte de los, llamémosles privilegios sociales de los que disfrutan los trabajadores por cuenta ajena, los profesionales con consulta privada están expuestos a muchos peligros. Te entra un buen día por la puerta de tu oficina un potencial cliente, afortunadamente los menos, aunque haberlos haylos, y al principio todo suele discurrir por los cauces esperados. Pero si las cosas se complican, ya sea el paciente que no mejora o fallece o el cliente que pierde un pleito, en ocasiones la culpa es exclusivamente achacada al médico o al letrado, que supuestamente no hizo bien su trabajo. Y sí al antaño correcto cliente se le cruzan los cables, pobre de aquel al que, tras poner toda su ciencia y paciencia en arreglarle los problemas, la naturaleza o un juez decide que el asunto no va a acabar como se esperaba.