
Estos días he visto algunos comentarios en medios de comunicación que asocian la hora oficial de verano con el agravamiento de las condiciones en que vivimos durante las olas de calor. La crítica señala que, como anochece a horas muy avanzadas, entonces la temperatura no baja hasta muy tarde y es difícil conciliar el sueño. Sería mejor que anocheciera a las 8 de la noche de la hora que «nos corresponde» (sic) y no a las 10 de la noche, como ocurre en esta época del año.
El verano es una estación complicada para dormir porque su noche es corta y el calor importante. Ni lo uno ni lo otro dependen del reloj. La noche es corta porque la Tierra gira inclinada alrededor del Sol y porque estamos situados a una latitud suficientemente grande. El calor es importante porque durante esta estación el Sol se eleva hasta alturas típicamente tropicales.
El problema de la noche corta y el calor intenso es que, por una parte, querríamos retrasar todo lo posible la toma de sueño para que hubiera refrescado; pero, por la otra parte, querríamos despertar lo más temprano posible para aprovechar el frescor de la mañana y mitigar el impacto calor que se vivirá durante la jornada siguiente. Y esto no depende de nuestro reloj.
Hay un malentendido en esta discusión, que detecto no solo en los medios de comunicación sino también en ambientes académicos, y que conviene aclarar una vez más. El sintagma «la hora que nos corresponde» para referirse a la hora del meridiano de Greenwich ha hecho fortuna, pero es más un mito que una realidad tangible. Las 10 de la noche de nuestra hora de verano y las 8 de la noche de la hora «que nos corresponde» es exactamente el mismo instante de tiempo, solo que denominado de dos formas diferentes. No es uno antes que el otro: son a la vez. Así, quien piense que es mejor emplear la «hora que nos corresponde» para que el frescor llegue antes (a las 8) y pueda salir antes o dormir antes, debe advertir el desengaño: su vida seguirá igual, gobernada por el discurrir del Sol en el cielo, que es lo que siempre nos ha correspondido; solo habrían cambiado los aparatos: las manecillas del reloj que lleva en la muñeca o el tiempo que marca el móvil.