El Gobierno invisible

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Pedro Sánchez, en el palacio de la Moncloa, en una imagen de archivo
Pedro Sánchez, en el palacio de la Moncloa, en una imagen de archivo Alejandro Martínez Vélez | EUROPAPRESS

02 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Es tema reiterado en la literatura. También en el cine. Un hombre invisible capaz de toda felonía. En 1897, el británico H. G. Wells publicó por entregas una novela con ese título. Películas con el mismo asunto son recurrentes y, por su recurrencia, incluso aburridas. A mí me interesa un cuento de mi admirado Chesterton que lleva el mismo título (El hombre invisible). Una delicia. A menudo leo Los relatos del Padre Brown, en traducción de Miguel Temprano, que editó Acantilado hace más de una década. Chesterton me subyuga. Su limpieza de estilo, su transparencia, sus ideas católicas mezcladas entre las líneas de una prosa cristalina. Estos días he vuelto a leer su hombre invisible. Lo encontrará usted entre las páginas 101 y 121 del volumen que he referido anteriormente. Dos pretendientes quieren desposarse con la misma mujer. Aparece un tercero («un joven pelirrojo, alto y fornido aunque de aspecto lánguido»). Se ofrece para el matrimonio. Sin embargo, ella lo rechaza porque el par de antiguos galanteadores todavía la rondan. Uno promete matar al otro. Y, finalmente, acaba con él. Es el Padre Brown quien desenmaraña toda la trama. Nadie lo había visto. Nadie se había percatado. Sin embargo, el hombre invisible de Chesterton lleva a cabo sus propósitos. Era un cartero. Hacía su labor de cada día. Y por ello nadie había reparado en su presencia. El cuento: sublime. Leer a Chesterton es, aún, uno de los placeres que puede darnos la vida.

¿Y por qué he llegado hasta aquí? Respondo: en España tenemos, como el hombre de Chesterton, un Gobierno invisible. El presidente y sus ministros aparecen en periódicos, radios y televisiones, pero en realidad no existen como gobierno. Para nosotros ya parece habitual que digan una cosa y hagan la contraria. Que gobiernen sin gobernar. A Pedro Sánchez no le interesa la gobernanza —es una opinión personal—, sino la permanencia. Porque no se puede gobernar sin tener en cuenta la mayoría de sus propuestas electorales, a lomos de socios que te quieren o desquieren con la misma intensidad, haciendo caso omiso de las necesidades de los ciudadanos. Y, fundamentalmente, no se puede gobernar sin aprobar la ley principal de toda legislatura: la Ley de Presupuestos Generales del Estado. Prorrogamos el presente año. Y se prorrogará el próximo, eso es lo que anuncian los números del Congreso. Los siete votos de Junts dirán no. Como lo dirán los del Partido Popular y Vox. En cualquier democracia avanzada esto sería suficiente para una convocatoria urgente de elecciones. ¿Convocará Sánchez? Creo que sus intereses reposan en la resolución judicial de sus entornos. Solo eso. El Gobierno invisible seguirá sin gobernar: por ello es invisible. Como el cartero de Chesterton, no le importará a nadie (o solo a la mitad). Cumplirá con su tarea habitual: que pase el tiempo y no gobierne Feijoo. Lo demás resulta irrelevante para siete millones de ciudadanos, los que votan a Sánchez.