Las arrugas de la condesa Grantham

Beatriz Pallas ENCADENADOS

OPINIÓN

29 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En un gesto de rebeldía ante el imperio del bótox y el bisturí, Meryl Streep proclamó un día: «Que nadie me arrebate las arrugas de mi frente, conseguidas a través del asombro ante la belleza de la vida. O las de mi boca, que demuestran cuánto he reído y cuánto he besado». El rostro curtido de la fallecida Maggie Smith tampoco había sido almidonado por el rodillo clonador de la cirugía. Era el suyo un caso poco común que permitía ver en la pantalla una cara real y baqueteada, una piel que trasluce su talento bajo la epidermis y que ha vivido cada paso del camino, ganándose a pulso un halo de autoridad casi solemne. A la actriz se la recordará siempre como un cruce entre la protectora profesora McGonagall de Harry Potter y la mordaz aristócrata Violet Crawley de Downton Abbey, uno de esos personajes que atesoran frases de guion memorables que solo pueden ser pronunciadas desde la veteranía reposada. «No hay nada más fácil que evitar a la gente que no te gusta. La prueba definitiva es evitar a los amigos», decía. «Los principios son como las oraciones. Nobles, por supuesto, pero incómodos en una fiesta». Su condesa Grantham quedará como referente en la representación de una nobleza británica ociosa que se vio desbordada por el progreso, por la electricidad, por el teléfono, que se preguntaba desconcertada: «¿Qué es el fin de semana?».