
Al final resulta que Se acabó la fiesta era el mejor nombre para el proyecto de Alvise. El asunto hace recordar aquella gran escena de Luís Zahera en la película El reino. El egipcio, el egipcio. Mano estirada hacia delante. Mano estirada hacia atrás. Que no se corte la cadena de favores. Me das y te doy. Yo por ti, tú por mí, que dirían Rosalía y Ozuna.
El eurodiputado Alvise prometía que se acababa la fiesta mientras ponía a enfriar su champán. Era su fiesta de guardar. Ya se veía llave del Gobierno central y con poder suficiente para hacer algún pequeño ajuste normativo que favoreciera los negocios de un cryptocolega. Qué curioso. Porque él pertenece al gremio de los administradores únicos de la verdad. Paladines de la libertad. Luchadores contra la corrupción. En resumen: es miembro honorario de la cofradía de los traficantes de la conspiración. Asfaltadores del camino fácil. Enemigos de cualquier tipo de impuesto porque, por lo visto, ni una carretera pública pisan durante sus fructíferas y desarraigadas vidas. Y, sobre todo, amigos de sus bros. Que no falte el plus de testosterona maquillado con jerga de broker. Todo tan burdo que ni siquiera honran el género de la picaresca española.
No estaría mal reflexionar sobre el voto chusquero, sobre esos cientos de miles de ciudadanos que le dieron a este agitador de las redes de arrastre un lugar en el Parlamento Europeo, muchos de ellos con el sueño de que les tocara el sueldo de diputado que supuestamente iba a sortear el señor entre sus numerosos fieles. Algunos dieron su voto tan barato que les está saliendo carísimo. Es posible que ahora entiendan la filosofía del gurú. La patria es la cartera. Y la bandera, el billete de 500. A ver si se acaba esta broma.