La maldición de nuestro siglo

Vânia de la Fuente-Núñez FIRMA INVITADA

OPINIÓN

SANDRA ALONSO

02 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Recientemente aprendí que los ganadores de una subasta pueden ser auténticos perdedores. Lo llaman la maldición del ganador. Se refiere a la situación en la que la persona que gana una subasta termina arrepentida por haber sobrevalorado y pagado un precio más alto de lo que realmente vale el bien adquirido.

Vivimos en un siglo de mucha riqueza. Tenemos sociedades infinitamente diversas, ya sea por género, origen étnico, diversidad funcional, orientación sexual o experiencias migratorias. También por edad. En España, y en Galicia concretamente, existe más diversidad etaria que nunca y por tanto existe la posibilidad de exprimir todo el potencial de esta riqueza. Sin embargo, estamos tan centrados en buscar las siete diferencias entre las personas de mediana edad —instituidas como «la norma»— y los demás que subestimamos el valor de las personas que se encuentran en los dos polos de la vida: jóvenes y mayores. La sociedad los silencia, expulsa, y rechaza por tener una edad determinada.

El edadismo se cuela diariamente en conversaciones, interacciones y decisiones y supone un desperdicio de capital humano a gran escala y una sentencia de enfermedad, dado el impacto de este fenómeno en nuestra salud. Está presente en la práctica de nuestras instituciones —desde hospitales que deniegan tratamientos médicos a partir de una edad hasta empresas que nos impiden acceder a un empleo o pretenden que trabajemos gratis cuando somos jóvenes—. También en la presión social por esconder cualquier signo visible de vejez.

Sacarle partido a la diversidad etaria que tenemos en España y extraer lo mejor de cada etapa de la vida requiere invertir. Invertir en la lucha contra el edadismo, en el envejecimiento saludable, y en la creación de espacios de convivencia que propicien el encuentro necesario para que confluyan ideas y experiencias entre personas de diferentes generaciones.

El futuro de nuestro país depende, en gran medida, de que sepamos valorar la juventud y la vejez, y de que planifiquemos sociedades que den cabida a todas las edades. De lo contrario, nos encontraremos en las antípodas de la maldición del ganador. Quizá no lo percibamos de primeras, pero, a la larga, nos arrepentiremos de haber hecho una apuesta tan baja por la gente joven y mayor. Esta es la maldición de nuestro siglo: la maldición del perdedor.