Operación Nuevo Orden. El nombre con la que fue bautizada la operación contra Hezbolá ya indicaba el ambicioso objetivo de Israel: reforzar su seguridad a costa de dinamitar el intrincado equilibrio de fuerzas en Oriente Medio. Y en esa misión se ha embarcado. A punto de cumplirse el primer aniversario del brutal ataque terrorista a manos de Hamás, Benjamin Netanyahu ya no se conforma con acabar con ese movimiento islamista y castigar sin piedad a los civiles de Gaza. Su objetivo va más allá: anexionarse toda Cisjordania, deshacerse de Hezbolá, al menos durante unas décadas, y apuntar a Irán, su enemigo número uno como promotor que es del Eje de la Resistencia. «Estamos en una guerra regional desde el 7 de octubre, y esa guerra es ahora una guerra total», declaraba hace unos días a The New York Times Michael Oren, exembajador israelí en Estados Unidos. «Estamos en una guerra por nuestra supervivencia nacional, punto. Ganar es un deber para una nación creada tras el Holocausto», resumía el diplomático, uno de los más belicistas.
Israel tiene la oportunidad de cerrar el círculo abierto el 14 de mayo de 1948 y parece dispuesto a que nadie le estropee la conjunción de circunstancias que han llevado a este escenario. Tras el desastre militar y de sus servicios secretos al no haber prevenido el 7-O, el Mossad y las Fuerzas de Defensa de Israel están envalentonadas tras los últimos éxitos y ya no parece asustarles desatar una guerra regional más amplia. «Podemos alcanzar y golpear cualquier punto de Oriente Medio», se jactaba el jefe del Ejército, Herzi Halevi. La gran pregunta es hasta qué punto podría escalar el conflicto y cuál será el papel de Estados Unidos.
Tras las precisas acciones militares y de la inteligencia que han descabezado a la cúpula de Hezbolá y Hamás —tanto en el Líbano como en Damasco y Teherán— y la medida represalia del régimen de los ayatolás con el lanzamiento —con aviso previo— de unos 200 misiles sobre Israel, la Administración Biden ha pasado de buscar frenar a su aliado para evitar una guerra total a intentar al menos controlarla. Este jueves, la Casa Blanca intentaba acordar con Netanyahu cómo serán las represalias, que se dan por seguras, ante el último ataque de Irán. ¿Atacará centros del programa nuclear de los ayatolás? ¿O se conformará con apuntar contra campos de petróleo o instalaciones militares, incluidas aquellas donde se ensamblan los drones enviados a Rusia?
Analistas estadounidenses consideran que Joe Biden ha perdido el control del conflicto. A cinco semanas de las presidenciales, Netanyahu tiene su propio calendario militar y político, y no pierde la esperanza de una vuelta a la Casa Blanca de Donald Trump. A Kamala Harris solo le queda rezar.
En el otro extremo, Irán sabe que no le conviene desatar una guerra a gran escala —aún está investigando a los topos que pasaron información al Mossad para acabar con Ismail Haniya— y la guerra podría dar alas a aquellos —y sobre todo aquellas— que se rebelan contra el opresor régimen. A la vez, el ala dura de los ayatolás presiona para desatar un infierno contras sus dos grandes satanes: Israel y EE.UU.