Hace unas semanas se expresaba de ese modo P. Lazzarini, representante de Naciones Unidas en Gaza. Y es cierto el desapego, el déjà vu de los ciudadanos y países más desarrollados, con respecto a un problema que ha pasado de la fase de genocidio a la de exterminio, sin que la Europa en la que vivimos haya sido capaz de reaccionar lo más mínimo frente a esta situación, amparándose, aparentemente, en la mala conciencia aún vigente sobre el comportamiento en la época del nazismo por parte de Alemania (a pesar de las buenas intenciones del señor Borrell). Y mecanismos tiene para hacerlo. Ninguno de los miembros rompió relaciones diplomáticas con la entidad israelí. Tampoco se suspendieron los acuerdos comerciales, y por supuesto ni se tocaron los relativos a compraventa de material militar. Qué lejos suenan en Europa las palabras de libertad, justicia y paz.
Y de ese referido exterminio en Gaza, solo dos apuntes. Uno: este año más de 600.000 estudiantes de Gaza no podrán ejercer ese derecho fundamental de los humanos que es el estudio, lo que se repetirá durante muchos años. La entidad israelí ha bombardeado las escuelas, colegios y universidades, incluso con niños dentro. Segundo: la destrucción de los sistemas de suministro de agua (el relator de Naciones Unidas para sanidad hablaba hace unos días de 1,7 millones de casos de intoxicación por agua contaminada desde que comenzó la matanza), el corte de la energía eléctrica y el bloqueo de alimentos hacen inviable a corto plazo la vida allí.
Se trata simplemente de generar terror, de destruir la esperanza de un pueblo, el palestino, y se olvidan de que son tan semitas como ellos: los árabes, los hebreos, sumerios y todos los pueblos que viven y vivieron en esos territorios de Oriente Próximo desde siempre; y que en 1917 eran un 9 % judíos y un 91 % musulmanes y cristianos.
Las palabras de Netanyahu (acusado formalmente de crímenes de guerra y lesa humanidad) y sus aventajados ministros a lo largo de este año, todos fanáticos y oportunistas, me recordaron el acierto de Hannah Arendt cuando reflexionó sobre los crímenes de los dirigentes nazis y escribió sobre la banalidad del Mal. No se imaginaba la ilustre filósofa que su expresión es aplicable ahora a los dirigentes de la entidad israelí.
Por si no llegaba con Gaza, su afán imperialista lleva al Gobierno de la entidad israelí a incorporar a su relato los territorios del Líbano (donde se ha iniciado una invasión y el bombardeo casi diario de Beirut a cientos de kilómetros de la frontera Sur), y pronto, me temo, veremos sus reclamaciones sobre Cisjordania y Siria como parte del gran Sion, que traen a la mente la ocupación de los sudetes de Checoslovaquia y el Anschluss.
Y todo esto con el apoyo decidido de los poderes oficiales (no olvidemos que Biden se declaró sionista y los dos candidatos actuales a la presidencia tienen fuertes lazos familiares con la identidad israelí) y fácticos norteamericanos.
Alguien dirá: un conflicto más entre las decenas que coexisten hoy en nuestro planeta. Y la Europa afluente seguirá sumisa, y lo que es peor, ciega, sorda y muda, como los tres monos.