El embarazo, para la mayoría de las personas, es un período cargado de esperanza, sueños y expectativas. Desde el momento en que se confirma la gestación, los padres comienzan a imaginar un futuro junto a su hijo: los primeros pasos, las risas, los abrazos, y los años por venir. Todo parece apuntar a un final feliz, coronado por el nacimiento de un bebé sano. Sin embargo, hay ocasiones en las que esta historia tan esperada se interrumpe de manera abrupta, transformando lo que prometía ser un desenlace lleno de alegría en una tragedia profunda. La muerte perinatal, que ocurre en las últimas semanas de gestación o en los primeros días tras el nacimiento, representa una pérdida devastadora. Este tipo de experiencia no solo afecta profundamente a los padres, sino también al personal médico, quienes, tras haber acompañado a la familia a lo largo del embarazo o en los primeros días de vida del niño, se enfrentan a la difícil tarea de comunicar la noticia más dolorosa: la muerte de un bebé. En este contexto, uno de los mayores desafíos para el médico es encontrar las palabras adecuadas. ¿Cómo se le dice a una familia que su bebé ha fallecido? No existe una fórmula mágica ni una manera perfecta de transmitir esa devastadora realidad. Sin embargo, la sensibilidad, la compasión y la claridad son esenciales en ese momento. El objetivo del médico no es solo comunicar el hecho clínico, sino también brindar apoyo emocional de una manera respetuosa y humana. Cada familia es única, y cada pérdida tiene matices particulares. Por ello, es crucial medir cuidadosamente las palabras, evitando aumentar el sufrimiento emocional. Explicar lo sucedido con claridad, siendo al mismo tiempo compasivo y honesto, es un equilibrio sumamente delicado que requiere tanto formación como experiencia. A veces, el silencio puede ser tan poderoso como las palabras; saber cuándo callar y simplemente acompañar puede ser una forma de consuelo incalculable. Para los obstetras y neonatólogos, comunicar una muerte perinatal es uno de los desafíos más difíciles en su práctica profesional. La responsabilidad, la tristeza compartida, el reto de encontrar las palabras adecuadas y el impacto emocional hacen de este momento una experiencia profundamente dolorosa. No obstante, es también una oportunidad para mostrar la humanidad que reside detrás de la bata blanca. Aunque los médicos somos profesionales, también somos seres humanos que sentimos y sufrimos junto a nuestros pacientes. En estas circunstancias, es fundamental que los profesionales de la salud cuenten con herramientas para cuidar su propio bienestar emocional. Reconocer nuestras emociones, apoyarnos en el equipo sanitario y establecer límites emocionales saludables son aspectos clave para sobrellevar el impacto de estas situaciones. Reflexionar sobre el sentido de nuestra labor y recordar que los momentos de satisfacción superan a los malos momentos es esencial para poder seguir brindando apoyo a nuestros pacientes. Para las familias, enfrentar una muerte perinatal es un dolor indescriptible. Sin embargo, es crucial que recuerden que, aunque el duelo sea largo y difícil, no están solos. Con el tiempo, la ayuda profesional y el apoyo de quienes los rodean, la vida encontrará una nueva forma de avanzar. Aunque el bebé no esté físicamente presente, su memoria vivirá siempre en el corazón de los padres, y el vínculo que construyeron será una parte inquebrantable de su historia familiar. Las familias nunca olvidarán nuestras palabras, nuestros gestos, ni el tono de nuestra voz. Esos momentos permanecen en su memoria para siempre, al igual que en la nuestra.