El agua, su fantasma y la estrechez de miras
OPINIÓN

El martes por la tarde oyendo la radio pude reconstruir la tragedia de los ciudadanos de a pie que trataban de salvar su vida en el caos mediterráneo, una zona que por sus temperaturas elevadas lidera la economía española. Para sostener la hipertrofia turística y agrícola de la zona se requiere agua, escasa allí, lo que ha forzado a drenarla, de donde la hubiera: captaciones de freáticos, trasvases, desalinizadoras, y, de vez en cuando, lluvia. Como el agua es ajena a la región, los responsables del territorio han bajado la guardia. Si no llueve no son necesarios los cauces de los ríos, pues casi nunca llevan agua. Y la red de comunicaciones: carreteras, caminos, autopistas, incluso ciudades, se construye en las cómodas llanuras o incluso en los canales fluviales, en la zona se llaman ramblas, pero no son paseos sino cauces secos llenos de piedras que solo de tarde en tarde son invadidos por aguas torrenciales que pueden con todo. La Aemet ha cumplido con su obligación anunciando que parte de doce billones de toneladas de agua existentes en la atmósfera, iban a caer en una zona donde es raro que lo haga, pero que cuando lo hace encuentra un terreno sin vegetación. Se han registrado hasta 450 litros por metro cuadrado en cuatro horas. Y en El Ejido, el granizo alcanzó tal tamaño que destrozó cientos de coches, invernaderos y viviendas. Esta gota fría se parece a la de 1987, con cerca de 500 litros por metro cuadrado en algunos municipios de Valencia.
Esta enorme cantidad de agua ha encontrado un terreno lleno de carreteras que, por falta de previsión no dejan paso al agua porque nunca llueve, y los puentes se hacen mas cortos por economía y se complementan con terraplenes. Y las nuevas ciudades atraviesan los cauces de los torrentes, obstaculizando la libre circulación del agua hacia el mar. Con su incompetencia, los gestores del terreno —desde los responsables urbanos a los diseñadores de la red de comunicación— se han aplicado en construir una tela de araña donde atrapar el agua y encauzarla hacia los ocupantes del terreno causando el caos, desgraciadamente mortal, que ahora vemos. Hay una esperanza: Valencia, antaño castigada por las crecidas del Turia, que cuando el rio llevaba agua destrozaba la ciudad se ha salvado por su desvío y encauzamiento. No se puede culpar ni a la previsión meteorológica, ni al cambio climático, ni a ninguna otra razón que no sea la ineficaz ordenación del territorio, con un desarrollismo ignorando la dinámica de los cursos de agua en una zona árida donde siempre llueve así.