Íñigo Errejón: han creado un monstruo

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto EL QUID

OPINIÓN

Jesús Hellín | EUROPAPRESS

31 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cómo nos gusta en este país hacer leña del árbol caído, atizarle y atizarle. Coger un juguete roto y todos a una, Fuenteovejuna. Y dejarse llevar por la corriente de la santa indignación popular, ese sanedrín que decide lo que está bien y lo que está mal, sin analizar los hechos, sin contrastarlos. La presunción de inocencia, por los suelos. Y el que piensa diferente es señalado y enviado al ostracismo. A Íñigo Errejón ya lo han juzgado, sentenciado y encerrado (de momento, entre las cuatro paredes de su casa). «Es un depredador sexual», dice la víctima, quien, a pesar de la gravedad de esa acusación, mantuvo silencio durante tres años. Pero claro, cuando hemos convertido el dar un beso, aunque no sea consentido, en un delito, que alguien se desnude en una habitación cerrada a la que has ido voluntariamente —se supone que no para rezar juntos— es poco menos que un homicidio.

La ministra de Sanidad y la expareja de Errejón se abonan a esa cacería y afirman sin pruebas, sin instrucción y sin imputación que es un «agresor sexual», un «depredador» y un «perpetrador misógino». Resulta que esta generación de féminas, la más formada e informada de la historia, que han sido empoderadas desde la cuna, a las que en el colegio y el instituto les repiten «sois mejores que ellos» delante de sus compañeros (una humillación: les crean sentido de culpa antes siquiera de tener edad de responsabilidad penal), las que se jactan de venir a liberar a la mujer sometida por el patriarcado, al final caen en los mismos estereotipos de género que dicen combatir. Elisa Mouliaá negó cuatro veces la evidencia: cuando su presunto agresor le impuso tres reglas (no te alejarás de mí, me darás un beso...); cuando le introdujo la lengua en la boca sin su permiso; cuando, antes de abalanzarse sobre ella, bloqueó la puerta con pestillo —lo normal si no quieres que otras personas entren en un momento de intimidad, no para «impedir que pudiera escapar» como figura en el atestado obviando que estaban en una fiesta en un piso lleno de gente—, y cuando, a pesar de la desagradable experiencia vivida, ¡decidió irse con él a su casa! Todo ello no menoscaba su condición de (presunta) víctima, pero veremos qué dice la justicia con la ley del solo sí es sí en la mano.

La izquierda ha creado un monstruo que pone bajo sospecha cualquier relación hombre-mujer. Ya no sabes si saludar con dos besos o dar la mano, y si cedes un asiento en el autobús es posible que piensen que eres un machista recalcitrante. Y ese monstruo, que el propio Errejón contribuyó activamente a alimentar (solo por interés político), es el que ahora lo está devorando a él.