Es una de las imágenes que marcará el reinado de Felipe VI y de Letizia. Y es, sin duda, la imagen de una reina rota. La cara de Letizia con el barro en la nariz, llorando y con el rictus desencajado dio el domingo la vuelta al mundo como el sentimiento desgarrado de un pueblo. Sabemos que a la reina no le resulta fácil disimular, que se le nota todo lo que le afecta, pero también que está acostumbrada, como el rey, a los aplausos. En cambio, el domingo Letizia y Felipe pasaron a ser llamados por sus nombres de pila porque la gente no estaba para rendir pleitesías ni para protocolos, sino para reclamar. Y les reclamaron: «¡A ti y a tus hijas no os falta el agua!», «¡Letizia, no era el día de venir!»... Esa desesperación brotó en la reina en forma de lágrimas y las palabras salieron de su boca con la empatía del dolor: «Tienes razón, tienes razón...». La cara de Letizia, cabizbaja, arropando y abrazando a la gente, mientras el rey levantaba sus manos para pedir calma, es el reflejo de un tiempo. El tiempo desconcertante que vivimos. Un tiempo lleno de miedo, de mentiras, de odio, de intereses, de crispación. Un tiempo de desconsuelo y desesperanza. La cara de la reina Letizia es el espejo de ese abandono, el mismo que experimentó ella en su propia piel. Tal vez por eso Letizia y Felipe ganaron mayor credibilidad el domingo. Porque recibieron los golpes, aguantaron y se abrazaron. Enfangarse nunca fue un verbo tan real.