La decisión de Pedro Sánchez de parapetarse tras los reyes en su visita a la zona afectada por la dana es el último capítulo de una serie de actuaciones que dejan al Estado español en sus horas más bajas. Es incomprensible que el presidente del Gobierno tardase tres días en movilizar toda la fuerza de la que dispone un país del primer mundo para ayudar en las tareas de rescate y desescombro —labores que, por mucho que tengamos que elogiar a los voluntarios, no pueden quedar en manos de ciudadanos con escobas—. ¿A qué estaba esperando? Si el presidente autonómico no se lo pide, ¿seguirían abandonados a su suerte los cadáveres y las miles de personas sin agua, alimentos ni luz? Ante una emergencia de este calibre, el Estado debe intervenir y dejarse de absurdas disputas de competencias. ¿O es que aguardó para que la ira ciudadana se cebase con Mazón (PP) y luego presentarse él como salvador? Demasiado maquiavélico... Felipe y Letizia, máximos representantes de la jefatura del Estado, pero con un papel simbólico, no se merecen el trato que recibieron en Valencia, y que sin duda habría sido otro de no haber estado acompañados por el poder político. Esos políticos, de derechas y de izquierdas, lo que han hecho es arrastrar a España por el barro.