Que el sentido común es el menos común de los sentidos ya lo explicó Voltaire. Y estos días hemos podido comprobarlo. Primero con los bulos que se multiplican en las redes y que son alimentados y regurgitados por la gente que, sin despeinarse, decide que es buena idea creer al influencer de turno. Y luego con los miles y miles de votantes que acudieron a las urnas para materializar la brillante idea de volver a meter a Donald Trump a la Casa Blanca. A Trump, ni más ni menos.
¿Dónde está pues el sentido común? ¿Qué lleva a una nación a respaldar con su voto a un delincuente convicto? ¿Por qué tanta gente decidió que Kamala Harris era mucho peor opción que un negacionista del cambio climático, un acosador, un señor que arremete contra todo lo que vaya en contra de su propia percepción de la realidad? ¿Es tan grande la misoginia que ante las opciones mujer o malandrín se decantaron por esto último sin pestañear?
Está claro que el impacto global de esta decisión electoral será tremendo. Queda abierta la veda para las injusticias, se empoderan Rusia y la ultraderecha. Se debilitan los que serán considerados enemigos de la causa como las feministas, los inmigrantes, las personas del colectivo LGTBI. Este duro golpe nos conduce al triste camino de una involución para la que no estamos, ni estaremos, mentalmente preparados. Y solo de pensarlo me dan ganas de llorar.