
Lejos de ser una simple extravagancia sin mayor recorrido, la noticia de la «boda» de Alicia Framis con AILex Sibouwlingen, convirtiéndose así en la primera mujer que se casa con un holograma, da para pensar mucho. Por eso, lo primero que quiero decir es que me apenan los comentarios que he visto en redes, porque denotan una ignorancia supina sobre lo que está ocurriendo: lo que unos llaman transhumanismo y otros claramente ya poshumanismo, una realidad que debe ser analizada con rigor. Llevo estudiando el tema varios años, desde que me topé con él por casualidad cuando preparaba mi libro Bioética y neurociencias, y debo confesar que me fascina y me preocupa a partes iguales. Es un asunto de hondo calado ético y antropológico el que se nos viene encima.
Estoy convencido de que la discusión sobre este tema, aunque no esté muy extendida en el ámbito cotidiano y se considere básicamente una cosa de locos, acabará explotando más pronto que tarde. Entre otras razones, porque se están dedicando sumas ingentes a desarrollar todas esas tecnologías que provocarán un salto evolutivo, una simbiosis entre el ser humano tal y como lo conocemos y la máquina, lo que algunos denominan también «la singularidad», que pronostican para el 2045. Para muestra, un botón: ayer y hoy se está desarrollando en Madrid el Singularity Summit Spain, bajo el título Be Exponential, con más de 400 asistentes nada frikis (al contrario), y las entradas tenían un precio de 1.900 euros (más IVA).