Israel, de la resistencia pasiva a la ofensiva desproporcionada
OPINIÓN
Los fundadores del estado de Israel, con conceptos judaicos como la «pureza de las armas», crearon unas fuerzas de defensa con una doctrina de resistencia pasiva para protegerse de los árabes bajo precepto de que ningún asentamiento sería abandonado. Con los pogromos de la Gran Revuelta, su ineficacia contra un enemigo que poseía la iniciativa transformó al colono resistente en guerrero empeñado en ofensivas de castigo para que el enemigo asumiese la responsabilidad colectiva; todos eran culpables.
Tras cuatro décadas enfrentándose con ejércitos del entorno, Israel adaptó su doctrina a organizaciones terroristas. Destacando en inteligencia, tecnología y superioridad aérea, actuó con operaciones precisas sin empeñarse, desgastando al enemigo en lo que denominó «cortar el césped».
En el 2006 estrelló en el Líbano su superioridad numérica, aérea y tecnológica contra Hezbolá. Un inoperante avance, demasiadas bajas y una retirada, obligaron a un debate entre modernas o tradicionales doctrinas; vulnerable a nuevos cohetes, incrementó el esfuerzo tecnológico y bajo la Cúpula de Hierro continuó cortando el césped.
Los atentados del 7 de octubre forzaron una vuelta a la ofensiva con operaciones que no distinguen entre objetivos e ignoran el principio de proporcionalidad. Vuelve a una doctrina donde «el énfasis está en el daño y no en la precisión». Es la doctrina Dahiya (suburbio, en árabe) atribuida al general Eizenkot cuando arrasó en el 2006 el suburbio chií de Dahiya (sur de Beirut, cuartel general de Hezbolá), aunque ya había sido empleada en 1982 para expulsar a la OLP.
Eizenkot, ministro del gabinete de crisis tras el 7 de octubre, dijo: «Lo que ocurrió en Dahiya ocurrirá en cada pueblo desde el que se dispare a Israel. Aplicaremos […] una fuerza desproporcionada y causaremos grandes daños y destrucción […] no son aldeas civiles, sino bases militares. […] Esto no es una recomendación. Se trata de un plan. Y ha sido aprobado».
Todo es enemigo y no distingue facciones, unas son enemigas y otras víctimas de una situación que no controlan. Tampoco distingue entre dirigentes culpables y pueblo inocente; todos son responsables de los actos de sus líderes; en Gaza todos eran Sinwar y en el Líbano, todos Nasralá. Pretende disuadir en dos frentes: el del terrorista que deja de ser actor no estatal y el de la sociedad que lo legitima y proporciona operatividad acogiéndolo, que pasa a identificarse con él.
La doctrina Dahiya ha sido paradigmática en su aplicación: el bloqueo, el ataque a la economía, recursos, infraestructuras, servicios y comunicaciones, el asedio, la privación de suministros, la selección de objetivos de forma masiva, las órdenes de evacuación, el uso de IA y algoritmos sin revisión humana discriminatoria y ataques indiscriminados sobre zonas de muerte donde población y bienes son considerados objetivos legítimos, demuestran que se rechaza «ganar las mentes y los corazones» de los que apoyan a la organización terrorista y aceptan el principio maoísta: si el enemigo se mueve entre su población como pez en el agua, la única manera de acabar con él será quitándole el agua al pez.
Si los terroristas son parte de la guerra y para ellos los civiles son objetivos aceptables, entonces su población afín también pasa a ser objetivo. La guerra asimétrica conduce a medidas violentas; algo, a día de hoy, muy dudoso legítimamente y muy costoso en términos de imagen y prestigio para ambos bandos. La guerra nunca es civilizada, pero las nuevas guerras desafían las reglas del combate tal como las conocemos.
En un conflicto donde las normas del Derecho Internacional Humanitario no son respetadas por ningún bando surge una realidad diferente y, como todo lo desconocido, difícil de manejar. Queda en entredicho su ética y moral, pero también la legislación, algunas organizaciones humanitarias y los organismos internacionales, incluidas las Naciones Unidas.
En enero, para la Corte Internacional de Justicia, Israel podría ser culpable de genocidio. En mayo, la Corte Penal Internacional solicitó órdenes de detención contra Netanyahu y su ministro de defensa Galant, así como contra los líderes de Hamás: Sinwar (muerto el 16 de octubre), Haniye (muerto el 31 de julio) y Deif (muerto el 13 de julio, todavía sin confirmar por Hamás) por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Quedamos a la espera.