Los animales que mató la dana

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Lorena Sopêna | EUROPAPRESS

23 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La foto bien podría ser la crónica de un naufragio en tierra. Una mujer mayor era izada a un helicóptero por un rescatador, por un bombero. Ella llevaba en brazos su mascota, un perro de raza difusa, tan asustado como su dueña. Era el retrato dramático de la dana que asoló el sur de Valencia, la riada que causó doscientos veinte muertos y destrozó cientos de viviendas.

La noche del 29 de octubre, la lluvia desmedida provocó el desbordamiento de varios ríos que multiplicaron el caudal, que buscó su camino al mar causando destrucción y muerte. Murieron, entre cañas y barro, tres mil animales del ganado ovino, porcino, vacuno, avícola y equino estabulado en granjas de la zona inundada. Han aparecido cientos de cadáveres de mascotas domesticas, de perros y gatos víctimas de la torrentera, de las trampas mortales de la riada.

En los pueblos de la ribera alta fueron seriamente dañados diez refugios de protectoras de animales que acogían cerca de mil mascotas. Solo uno, el de Carlet, que contaba con trescientos perros y doscientos gatos, pudo salvar a la tropa canina y gatuna por la rápida reacción de los cuidadores, que pusieron a salvo uno a uno los animales acogidos subiéndolos a pisos elevados y librándolos heroicamente de una muerte segura.

Durante los días siguientes hubo desabastecimiento de pienso y comida para la fauna que pudo librarse de la imponente gota fría, lo que fue resuelto por una brigada de veterinarios y voluntarios que se ocuparon de cubrir ese flanco, proporcionando incluso arena para los gatos que seguían vivos en los hogares de Paiporta o Chiva.

Son las otras víctimas, nuestros animales de compañía, nuestros adorados chuchos y los entrañables gatos, la república canina que limita con la tropa gatuna y nos hace, día a día, moderadamente felices.

Pasarán muchas semanas, meses acaso, hasta que se normalice el paisaje devastado de un territorio demudado. La naturaleza enloqueció y el cambio climático nos recordó que es capaz de reconstruir el apocalipsis.

Estábamos avisados, la especulación y la ambición nos llevó a construir edificios, miles de edificios, en los cauces de los ríos. Chirbes lo denunció en un par de novelas, y el agua volvió por donde solía y se encontró con un cauce amurallado, la riada pudo con el hormigón.

Esa noche fue de Cañas y barro de Blasco Ibáñez, fue El ruido y la furia de Faulkner, aunque solo en los títulos de una crónica cargada de dolor que poco tiene que ver con sus argumentos. Aquella foto es el retrato de un SOS.