
Hace unas semanas escribía en esta columna acerca de la máscara (personálitas), de esa escisión psíquica entre el ser y el deber ser, entre la mano y el títere que la sujeta. Pretendía analizar la carta de Íñigo Errejón exculpando sus conductas apelando a la máscara que el patriarcado y la sociedad liberal le habían obligado a llevar. Abundaba en mis reflexiones afirmando que la sociedad tecnológica actual propicia la proliferación de máscaras vacías a través de las redes, donde las identidades se ocultan bajo pseudónimos variopintos que nada dicen de quién ocultan.
En estos días de seísmos informativos, me llamó la atención otro hecho relativamente habitual que también desvela la escisión mental inherente a todo humano, el ileísmo.
El ileísmo consiste en hablar de uno mismo en tercera persona. Valga como ejemplo la intervención en Cortes de la ministra Teresa Ribera defendiendo su gestión durante la catástrofe valenciana, donde afirmó: «Teresa Ribera, como secretaria de Estado, firmó la única declaración de impacto ambiental favorable a las intervenciones encaminadas a prevenir cosas así, en 2011».
¿Quién hablaba? ¿La máscara de Teresa Ribera o quien la sostiene? Parece que en esta ocasión era otra quien destacaba las bondades de ella.
El ileísmo fue un recurso utilizado por muchos personajes a lo largo de la historia, Julio César escribió La guerra de las Galias en tercera persona, «César venció al pueblo», decía. El famoso Pelé siempre hablaba de él en tercera persona, «cuando conocí a Pelé, él tenía como siete u ocho años», afirmaba. La mediática Aída Nízar siempre habla de ella en tercera persona.
Hay autores que creen que el ileísmo permite establecer una distancia emocional entre uno y su personaje, favoreciendo la objetividad. Existe un experimento universitario en el que se reunió a un grupo de personas, a la mitad se le pidió que escribiesen un diario durante un mes en primera persona, la otra mitad lo hizo en tercera persona. Los participantes que habían sido alentados a usar ileísmo en sus diarios vieron aumentado su razonamiento, con respuestas más equilibradas en situaciones de estrés.
Otros, sin embargo, consideran el ileísmo un claro rasgo de personalidad narcisista, o una forma de no asumir la plena responsabilidad de las acciones.
Sea como fuere, lo cierto es que hablar en tercera persona siempre resulta sospechoso porque deja entrever la presencia de dos interlocutores a los que es difícil creer a la vez, muestra la escisión entre lo que somos y lo que decimos que somos, y es difícil saber quién dice la verdad, confundiéndonos en la paradoja de Haley: «Si no sé que no sé, pienso que sé; si no sé que sé, pienso que no sé».
Desconfíen de los ileístas.