Australia ha dado un primer paso. España quiere dar el segundo, yendo todavía más lejos. En Suecia han dado marcha atrás con la digitalización en las escuelas. Vuelven al papel de toda la vida. Lo contó Fernanda Tabarés en un artículo en La Voz. Lo nuevo asusta. Son muchas las voces que alertan del peligro de las redes sociales, como alimento virtual vital. La información como desinformación. La velocidad de vértigo de las imágenes no nos deja pensar, nos satura sin reflexión posible. No hay pausa. No hay silencio. Cascos que nos alejan de todo y de todos. No hay digestión del empacho de redes, de plataformas. Plataformas que nos deforman. Empezamos enredados con las redes y terminamos colgados de ellas. Ya hay retiros que prometen la felicidad de pasar unos días sin encender ninguna pantalla.
Los nativos digitales no entienden nada. Ellos nacieron con el móvil como una extensión más de su cuerpo. Es un asunto complicado. Prohibir como va a hacer Australia siempre lleva al impulso, más a esas edades, de utilizar todavía más lo vetado. El país australiano reconoce que le pasa lo mismo con la legislación contra el alcohol. Lo prohíben y los chavales beben más que nunca a escondidas. Ahora usarán las redes sociales a las agachadas. España busca recorrer ese complicado camino. Pero lo que hoy ya es un axioma es que el móvil nos domina a nosotros, y no nosotros al móvil.
El otro día, en el programa de Broncano, el presentador le propuso un juego a su entrevistada. Creo recordar que era María Becerra, la cantante argentina. Le dijo si le dejaba mirar en su celular, como le llaman allá, el tiempo de uso de los días anteriores, que queda registrado. Ella ni sabía que había un registro. Todo lo que hacemos en el móvil no hay quien lo borre. La chica lo había usado el día anterior unas catorce horas. Catorce horas de las 24 que tiene el día. Una barbaridad. Y venían detalladas las aplicaciones usadas. Broncano se las recitó: dos horas de WhatsApp, cuatro horas de TikTok, tres horas de Instagram. Así, más o menos, era el panorama. Luego, Broncano le enseñó cuánto había usado su móvil el día anterior. Una hora y media. Le explicó que tenía truco. Que él también se asustó cuando descubrió la herramienta del uso diario de su dispositivo y decidió desengancharse del aparato. Quería más contacto con seres reales a través de la piel y la mirada, como toda la vida, y le costaba un esfuerzo terrible superar la tentación de pillar el objeto de deseo. La cantante flipó con su enganche al celular y le prometió mejorar: más vida real y menos virtual. Parecían dos adictos en una reunión de consumidores que quieren pasar a ser exconsumidores.
Los móviles y sus prestaciones son un adelanto. Ojalá llegase con educar para frenar el consumo que nos consume a todas las edades. Los padres tratamos de poner límite al mar con prohibiciones a nuestros hijos y, cuando ya no nos están viendo, hacemos lo mismo que ellos: conectar el aparato y pasar el día en el trabajo, fuera del trabajo, mirando el aparatito. Tenemos un problema, es evidente, pero no nos podemos volver locos. Los móviles no son malos. Es el abuso que hacemos de ellos lo que los vuelve peligrosos, dañinos y tóxicos.