
En la novela Jacques el fatalista, publicada en Francia en 1796, Denis Diderot nos dice: «Todas las novelas son historias de amor; casi todos los poemas, canciones, comedias, tragedias, óperas, son historias de amor… Os estáis nutriendo de amor desde que nacisteis y aún no os habéis saciado». Otro francés, Roland Barthes, en 1977 escribe Fragmentos de un discurso amoroso, obra en la que se va a ocupar de algo que considera intratable: la naturaleza del amor; para ello se sirve de fragmentos tomados de la literatura, la filosofía, las conversaciones con amigos, etcétera.
Barthes considera que para referirnos al amor podemos situarnos en el punto de vista del enamorado —lo que resulta difícil porque, excluido este de la lógica, no está en condiciones de hablar—, o bien, en el de alguien que, no involucrado en ese sentimiento, podrá recurrir a las historias que tratan sobre esto, y él mismo crear otras nuevas, pero el amor en su esencia permanecerá en el estado original y primigenio sin dejarse penetrar en su insondable misterio. Reacio al tratamiento discursivo, solo va a permitir arrebatos de lenguaje, ráfagas de significado, perspectivas poliédricas, fragmentos. A través de procesos complejos, ya que el enamorado no ha dejado de intrigar contra sí mismo, el peso del amor termina por anular al ser amado hasta llegar a amar no a ese ser sino al amor. «Impotente para enunciarse, para enunciar, el amor quiere pregonarse, exclamarse, escribirse por todas partes». ¿Será esta la causa —nos preguntamos— por la cuál ha habido, hay, habrá, tantas interpretaciones en el arte que no son más que acercamientos fallidos a lo que sea el amor?
Lo más trágico es que, por un lado, el mundo desprecia al amor, ser ríe de él, porque no está atrapado en la jaula en la que se halla el que ama; por otro, el enamorado progresivamente experimenta un proceso de disminución, de ausencia del mundo, una especie de falta de realidad. «El mundo está lleno sin mí… juega a vivir detrás de un vidrio; el mundo está en un acuario; lo veo muy cerca y sin embargo aislado, hecho de otra sustancia… La historia de amor (la aventura) es el tributo que el enamorado debe pagar para reconciliarse con él». Pero al crearla, esa esencia habrá huido. Queda el recurso a la escritura, al arte, que nos va permitir emitir destellos, entre un lenguaje que experimenta su propio drama escondido en las trivialidades.
Conocer la naturaleza del amor sería posible tal vez —siguiendo a Stendhal— para aquel que se atreva a coger una flor muy bella al borde un precipicio, después de lo cual, no habrá lenguaje porque como dice Novalis —citado por Barthes en sus Fragmentos—: «El amor es mudo».