Una de las muchas lecciones que podríamos aprender de la gestión de la dana es la necesidad de ejercer la solidaridad con inteligencia cordial o, lo que viene siendo lo mismo, con cabeza y con corazón. Viene esto a cuento de la noticia que leíamos ayer en este periódico: «Bergondo aún tiene las donaciones para Valencia y no logra que se las recojan».
Las emociones nos juegan, a veces, malas pasadas. Nos sentimos mucho mejor yendo al supermercado a comprar algunos productos para luego llevarlos a un punto de recogida. Pero ¿hemos caído en la cuenta de los enormes problemas de logística (y gastos añadidos) que esto implica? Lo lógico es que los productos necesarios —y subrayo lo de necesarios, no aprovechemos para hacer limpieza de armario— se lleven desde el sitio más cercano a la tragedia y, para ello, lo razonable es colaborar con alguna de las grandes organizaciones sociales (como Cáritas y Cruz Roja). El mero voluntarismo suele ser muy perjudicial para los damnificados.
Aprovecho para lamentar las nauseabundas críticas, absolutamente infundadas y claramente tendenciosas, que he podido leer en las redes sobre esas organizaciones no gubernamentales. Tanto Cáritas como Cruz Roja son un ejemplo de cómo debe realizarse la solidaridad en el siglo XXI: con rigor, transparencia y profesionalidad. Solo así estaremos ayudando de verdad a los más frágiles y vulnerables de este mundo. ¿Aprenderemos la lección?