La polémica política me interesa, pero solo por el enorme desconocimiento que supone de nuestra historia. Me da igual quién haya metido la pata. Notre Dame es de todos. De Europa, por supuesto. Pero del mundo también. Es un símbolo tan fuerte que es increíble que España se haya fumado su presencia en su reinauguración. Encaja con lo mal que entendemos y lo poco que leemos sobre la Edad Media. Un puñado de siglos que nos los quitamos de encima diciendo que fueron lo peor, violentos. Muy lejos de la realidad. Creemos que la Edad Media es Juego de Tronos, sangre y bodas de sangre. George R. R. Martin reconoció que se inspiró en hechos de esa época para sus libros geniales, como la guerra de las Dos Rosas. Pero es que sin la construcción de las catedrales, el nacimiento de las universidades, el inicio de la utilización de los nombres y los apellidos, el ajedrez, la medicina que llegó desde la España musulmana y tantas otras cosas no seríamos lo que somos hoy.
En la Historia está todo. Merece un respeto. El obispo Maurice puso en marcha la construcción de una Notre Dame poderosa, no la pequeña iglesia que era, por celos con la maravilla que se había levantado en París con la Saint-Chapelle. Ken Follet, que sí asistió a la reapertura, escribió un librillo que se lee con sed sobre las reconstrucciones del templo de la Íle de la Cité. Explica cómo levantar una iglesia portentosa era como hoy lanzar un cohete al espacio, una movilización de recursos humanos y tecnológicos sin precedentes. Y que demuestran que la Edad Media no fue solo espadas que cortaban cabezas, que también lo fue. Los maestros y artesanos que trabajaban en estos prodigios lo hacían con la técnica del ensayo error. Hubo catedrales que se desmoronaron. Se aprendía de los fallos para levantar esas torres poderosas, esos arcos ojivales, esas bóvedas al límite, que hoy todavía nos asombran. Víctor Hugo cuando escribió Notre-Dame de París, Nuestra Señora de París en castellano, estaba afirmando un mito. El libro lo hizo famoso a él. Se tradujo a muchos idiomas. Y él hizo famoso al templo y al jorobado Quasimodo. Pero la Edad Media, repito, es mucho más que el jorobado Quasimodo. Hugo logró que la catedral, que estaba en decadencia, recibiese un nuevo impulso con el trabajo de Viollet-le-Duc, quien fue el alma de su restauración.
Allí donde se coronó Napoleón, donde hubo que reponer las campanas que se fundieron en la Revolución para fabricar cañones, allí donde se respira la piedra del pasado, que es lo único sólido que podemos pisar para construir un presente, no había ni una sola autoridad española. Es que así somos de sobrados los españoles. La catedral, con sus dos poderosas torres, figura en libros de la universidad de Oxford, todavía sin la mítica aguja de Viollet. Construir y reconstruir un templo era una obra que no se terminaba nunca. Así es que su impulsor, el obispo Maurice, murió antes de ver terminado su sueño. Tampoco ha podido ver su nuevo interior ningún gobernante de nuestro país. Desprecian cuanto ignoran. No se reabría una iglesia, no era un tema de católicos, se recuperaba un pilar de la cultura universal. Ojalá sirva este fallo para que nos entre curiosidad por la Edad Media, un período nada oscuro.