Debemos remontarnos a comienzos de la década pasada para entender lo que hoy ocurre en Siria, una república gobernada hasta hace apenas unos días por el régimen autoritario del presidente Bashar al-Asad, hijo del alauí Hafez al-Asad, que llegó al poder en 1971 tras un período de inestabilidad y de golpes de estados continuados.
Aunque sus primeros años al frente del país fueron moderadamente tranquilos, en el año 2011 —en el seno de la primavera árabe— se iniciaba una guerra civil que tomaría otra dimensión con el apoyo de Rusia al Gobierno sirio en la lucha contra las ofensivas de Estado Islámico, que también combatirían Estados Unidos y sus aliados pero con un apoyo a las fuerzas kurdas (fuertemente amenazadas por Turquía).
En la actualidad nos encontramos con un país fragmentado, inmerso en un conflicto enraizado, con más de cinco millones de refugiados en países cercanos, y que ha visto caer al régimen Baazista en menos de quince días gracias a la estocada final con la toma de Damasco por Hayat Tahrir al-Sham. Esta facción islamista radical escindida de Al Qaida no solo ha liderado este ataque relámpago, sino que, aunque pueda sorprendernos a los europeos, ha sido vista entre la comunidad Siria como una oda a la libertad. Sin embargo, las posibilidades que se abren son diversas.
El primer escenario que se podría plantear, aunque semeja lo más distante de la realidad, es que Turquía controle todo el territorio, no con mano de hierro, sino desde una democracia de poca calidad, tal y como ejerce Erdogan en su país, en el que se respeta tímidamente el pluralismo religioso pero, desde luego, no el político.
En segundo lugar, se puede asentar la situación actual, en donde nos encontramos un territorio fragmentado compuesto por agentes que tienen cierta autonomía, como los kurdos, los drusos, la oposición laica y la zona ocupada por Israel o por Turquía. De hecho, es probable que esta situación se mantenga durante un tiempo, aunque cualquier previsión es aventurada, en tanto nos encontramos en una fase inicial de la nueva realidad, todavía en ciernes.
La tercera posibilidad, que no debemos descartar y que sería una derivación de la anterior, es que se produzca la libanización del país, de forma que reine la anarquía, es decir, que Siria se convierta en un estado fallido en donde los grupos existentes se rearmen y agudicen los conflictos que ya existen entre sí.
Finalmente, aunque en todo caso esta cuarta escena no se pueda producir con carácter inmediato, podría darse la unificación del país bajo el liderazgo de Abu Mohammed al Jawlani, en base a intereses propios sirios y, tal y como parece haber defendido en sus primeras declaraciones públicas, con el respeto a todas las sectas existentes en el país.
Sea como fuere, es crucial el papel que juegue Turquía, que puede influir sobre las acciones que la Unión Europea o la OTAN pretendan llevar a cabo y, sobre todo, en el blanqueamiento de al Jawlani, que parece haber evolucionado en sus pretensiones terroristas, para ganar el apoyo occidental.
En todo caso, lo importante es comprender que estamos ante una oportunidad para que se logren respetar los derechos humanos, especialmente la libertad religiosa, y para dejar atrás la inadmisible involución en ese ámbito.