Han llegado hasta latitudes doctrinarias inverosímiles. Algo impensable hace pocos años. Ahora cada palabra, o cada gesto, es también un modo de propagar una determinada ideología. En los pueblos, hace años, las entradas por carretera recibían a vecinos o visitantes con un rotundo «Feliz Navidad». No había duda. A nadie se le ocurría desear desde una institución preponderante, el ayuntamiento, que la Navidad se trocase en unas fiestas similares al carnaval. Ignoro cuál es el frontispicio de la luminotecnia que Abel Caballero ha instalado en Vigo. Pero Abel Caballero, que es socialista de toda la vida, dice «Feliz Navidad» cuando se refiere a estas fechas. Y sus luces son luces de Navidad. Y de ellas, con orgullo, presume. En muchos lugares, sencillamente, son felices fiestas. Municipios de todo color —el Partido Popular sigue sin darle importancia a la semántica política— escriben en sus fachadas el lema de las fiestas felices. No está mal. Pero tampoco está bien. Porque la Navidad, como toda Europa, bebe en las fuentes de la cristiandad. Es imposible concebir la Europa culta y cultivada negando la tradición de la que provenimos. La Navidad es una fiesta (porque nace Jesús), pero es una fiesta de raíz religiosa, profundamente religiosa. La filosofía griega se une al evangelio de Cristo y a partir de ahí, enriquecidos por el Estoicismo en la fase del Imperio romano, se edifican los cimientos de lo que ahora somos. Posteriormente, Tomás de Aquino quiso reconciliar razón y fe. Más tarde, el Renacimiento unió la erudición antigua y la fe cristiana. Ahí nace Europa. Ahí nacemos nosotros. A nadie parece importarle. Que en España la izquierda instaure sus credos, lo admito; lo que me parece inadmisible es que la derecha se calle. Que no diga nada. Que le dé igual las «Felices Fiestas» o la «Feliz Navidad».
Quizá algún día la derecha de este país comprenda que la batalla que queda por librar no es económica, sino cultural. A eso se dedicará Trump cuando gobierne el país más rico del mundo. Lo ha dicho. Y lo hará. El gran adversario de la prosperidad y la libertad, ahora mismo, es la cultura woke. Aquí la cultura es lo de menos. Nuestro ministro Urtasun se niega a acudir a Notre Dame no porque tenga algo mejor que hacer, sino porque él quiere dejar claro por dónde hay que romper: las raíces, el catolicismo, la esencia de lo que hemos sido y (a pesar de todo) seguimos siendo. En muchos pueblos no cambiarán el «Felices Fiestas» por la «Feliz Navidad». Y menos donde gobiernen partidos de izquierda. Ellos tienen muy claro cuál es su camino. No se trata de convencer por la fuerza, simplemente deben cambiar las cosas poco a poco. En la derecha siguen mirando a las estrellas. Las mismas que contemplaban los Reyes Magos cuando acudieron a Belén. A un establo donde nació Jesús. Creo que a los dirigentes conservadores ahora mismo esta historia, tristemente, les da igual.