
Debo reconocer que hasta que el juez Peinado no comenzó a investigar a Begoña Gómez por dirigir, sin ser licenciada, un máster en la Universidad Complutense, no sabía de su existencia. Hasta ese momento defendería la profesionalidad de ese togado porque mi experiencia me dice que si no vamos así por la vida, mal lo llevamos. Desconfiar sistemáticamente de los jueces, además de aburrido, no es sano para un Estado de derecho. Ahora bien. Desde que se destapó tal escándalo de nepotismo, no entiendo que exista tanto crispado por el simple hecho que se le dé el mismo trato a la señora Gómez que a cualquiera. Si no llega a estar casada con quien está jamás hubiera dirigido ese máster, entre otros motivos debido a que mal se puede dirigir un máster universitario si no eres universitaria. Después aparece la Justicia, necesitada de tipificar los presuntos delitos, y comienza a ponerle nombres y apellidos: tráfico de influencias, corrupción en los negocios, apropiación indebida e intrusismo.
El juez Peinado está haciendo su trabajo como juez instructor y en modo alguno resultará en el futuro, caso de que no se archive la causa, quien juzgue a Begoña Gómez. Si este magistrado no hubiese actuado como lo está haciendo serían otros los que le echarían en cara un supuesto trato de favor. En casos mediáticos resulta sumamente ingrato el trabajo de un juez investigador. Gajes del oficio.