Melancolías navideñas

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

OSCAR CELA

12 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La melancolía, según la teoría de los humores de Hipócrates, era debida a un exceso de bilis negra que acababa llenando la cabeza de ideas negras como su nombre indica, «melán».

En la Edad Media se le otorgó un origen demoníaco; en el Romanticismo se le achacó un carácter creativo y, a estas alturas de la historia, se taxonomiza dentro de los asépticos manuales de diagnósticos psiquiátricos vigentes.

Cuando alguien está preso de la melancolía, el sentimiento es de tal intensidad que resulta inefable y no se puede describir con palabras. Esto apunta a que la melancolía en el ser humano es un estado que precede al lenguaje. De ahí que la forma más clara de expresarla sea a través del arte. Quizás por eso al melancólico se le otorgó un aura de capacidad creadora, o a lo mejor sí es cierto que fue la necesidad de expresarla la que hizo escribir a Beethoven el cuarteto Melancholia cuando le abandonó su amante, o a Baudelaire algunos de sus mejores textos o a Munch —un gran melancólico— su pintura. Solo a través de una obra artística pudieron expresar lo que se siente cuando uno está cautivo en la melancolía.

Pero la melancolía en sus variadas formas —spleen, ennui, aburrimiento, morriña o saudade— es un sentimiento que, sin ser artistas, todos la sentimos alguna vez.

Las fechas navideñas son proclives a la melancolía por muchos motivos, principalmente el sentimiento de pérdida, sea de los seres queridos, de la ilusión infantil o simplemente por la presencia de la ausencia de gentes con las que anduvimos un buen trecho de camino. La melancolía puede ser tan reconfortante y apacible como turbadora y dolorosa. Depende de los motivos, del momento, de la edad, de la vida que uno ha tejido.

La melancolía es creativa porque enlentece el cuerpo y enciende el alma. Un estado displicente en el que los sentidos se perciben con sordina y la mente se empapa de ruidos interiores, a veces esperanzados, otras devastadores. En cualquier caso, la melancolía es una compañera exclusiva que no admite tríos, si acaso alguna mascota capaz de respetar un sentimiento que aísla sin buscar compasión.

Cuando la melancolía habla gallego se matiza en un sentimiento particular: la morriña. La morriña es pena y es esperanza de retorno a la vez, todos los trabajadores emigrantes que regresan a la aldea en Navidades la sienten antes o después.

Distinta «do aburrimento» que es una melancolía sin posibilidad de redención, tan insensible como desesperanzada y suicida.

Caer preso de la melancolía es tan triste como no sentirla jamás.

Todo recuerdo es melancólico y las Navidades lo son con banda sonora de villancico y papel de regalo. La juerga empieza ahora.