Benditas las reuniones en las cuales las dos partes acuden con intención de llegar a un acuerdo. No nos olvidemos que más vale un mal arreglo que un buen pleito. Pero, desgraciadamente, las cosas no siempre son así. En muchas ocasiones las negociaciones están condenadas de antemano al más estrepitoso de los fracasos. Una de las partes, o las dos, lo único que pretenden es ganar tiempo o, en su caso, engañar al interlocutor. De cara al cliente, el profesional queda de maravilla si quien le paga repara en que es él quien lleva la voz cantante. El que más grita y puñetazos da sobre la mesa. Aunque solo argumente banalidades.
Sin embargo, en una reunión los resultados no deberían venir dados en función de que quién sea el que más habla. Pasa igual en los debates políticos. En muchas ocasiones eres esclavo de tus palabras y dueño de tu silencio, máxime hoy que se graba todo. Porque que nadie sea tan ingenuo de pensar que a él no le graba nadie. En una reunión y hablando por teléfono. Por dicho motivo, la máxima prudencia, ya que en estos casos las palabras no se las lleva el viento. Seamos cautos en reuniones entre profesionales, mientras te tomas el café de las 11 y cuando compras un libro por Amazon. Somos víctimas de nuestra forma de vida tan tecnológica. A menudo añoro cuando no existían los móviles y podías quedar a comer con un amigo sin que te sonara quince veces el dichoso aparato. Amor y odio a la vez. Eso me inspira.