Vuelve el «hombre loco». Las vísperas del regreso de Trump al poder nos devuelven al 2016, cuando la desinformación en internet allanó el camino del brexit y ayudó al primer triunfo del neoyorquino, que seguía al dedillo el manual del gurú ultra Steve Bannon: «Los demócratas no importan. La verdadera oposición son los medios. Y la forma de lidiar con ellos es inundar el terreno de mierda».
Donald ganó a Hillary y, antes de asumir el poder, empezó a condicionar la política internacional a golpe de mensajes en Twitter, provocando escaladas de tensión, amenazando con romper consensos y alianzas. Entonces cultivaba esa imagen de madman para que le tuvieran miedo, para que el resto de potencias y países quisieran apaciguarle. Y ahora hace lo mismo.
Panamá, Groenlandia, Canadá... Ha puesto varios países y territorios en la diana con su verborragia. Esta vez cuenta con el viento a favor en las redes para sus trolas. Con las bendiciones de los señores feudales de las plataformas.
Los llamados broligarcas (millonarios varones blancos aliados del «bro» Donald) compiten para hacer la genuflexión más grande al próximo presidente. Por interés. Para conseguir desregulaciones y ventajas fiscales, quebrar la confianza en los estados y poder ganar más dinero sin freno. Los dueños de X o Meta son más ricos y poderosos que en el 2016. Quieren que esa progresión continúe. Cueste lo que cueste. Caiga quién caiga. No les importa llevarse por delante la verdad. Y con ella, a las democracias.