Entramos en una nueva era. En estos tiempos que ya están aquí se está repitiendo demasiado una palabra: confrontación. Ese es el término que se pone encima del tablero de las relaciones internacionales. No es la cooperación que ha presidido los mejores períodos de los derechos humanos y de crecimiento mundial. Donald Trump se ha presentado a la reelección con la confrontación como lema. Confrontación con sus vecinos. Con México. Con Groenlandia. Con Panamá y su canal. Con Canadá. Confrontación también con Europa, con la amenaza de los aranceles. Europa, que es el continente con los valores de convivencia más consolidados del mundo. Confrontación con otros enemigos como la potencia China. Es un peligro latente que el enfrentamiento se ponga por encima de la colaboración. Dinamita décadas de diplomacia. Ya saben que todas las guerras empiezan cuando se termina de negociar, de hablar, cuando desaparecen los diplomáticos. A favor de Trump, que su primera intervención ha provocado justo lo contrario en Gaza. Con él ha llegado al fin una tregua. A su favor, que durante su anterior mandato fue el único presidente de Estados Unidos que no empezó ningún conflicto. Pero no es de lo que habla ahora, que llega con muchísima más fuerza y respaldado por élites económicas que solo buscan el interés de sus corporaciones, no el futuro de las personas.
Es un peligro latente que hayan llegado al poder fuerzas alejadas de lo que significa la democracia, el poder del pueblo. Pasa en Estados Unidos, pero otros países como Hungría ya saben en qué consiste. Sufren los eslabones débiles de la cadena. Trump habla de deportaciones masivas. Además de citar el enfrentamiento como una forma de expansión, Trump ondea el populismo junto al nacionalismo más rancio y exacerbado. Lo que en su día fue América, primero; ahora es «recuperaremos nuestro país», pero a costa de los demás. Como si alguien se lo hubiese robado. Es así como argumenta esa pretendida colonización o apropiación de la isla del tesoro, de Groenlandia, por ejemplo. Frente a esta carrera que se abre hoy solo hay una opinión pública internacional que alerta de los peligros de esas intenciones. Hay que darle tiempo. Pero lo que asoma no es oxígeno. La Historia está llena de ejemplos donde buscar el conflicto trajo retrocesos relevantes para la humanidad. Por eso, hoy más que nunca, es importante insistir en que hay una palabra que está por encima de todo y de todos: es la palabra democracia. La democracia, primero. La democracia es lo único que nos considera a todos iguales y dignos. Es la única forma legítima de gobierno. Trump ha ganado con los votos del pueblo norteamericano, en un país dividido por la polarización, algo que nos suena en España y en medio mundo. La democracia te da una victoria para que sigas manteniendo la democracia por delante de cualquier otra posibilidad. No te da el triunfo para colonizar las instituciones y aprovecharse de la presidencia para amenazar a otros estados soberanos. El populismo y el nacionalismo mal entendido añaden confusión a un mundo que necesita justo lo contrario. Frente al vértigo, información contrastada y calma democrática.