![Uno de los simpatizantes de Donald Trump dentro del estadio Capital One el día de la investidura](https://img.lavdg.com/sc/mO8-lUx08Zm4SnM8cMjvG87gt0Y=/480x/2025/01/22/00121737564422399219936/Foto/reu_20250120_145827586.jpg)
El espectáculo que se montó durante la toma de posesión del presidente estadounidense forma parte de una estudiadísima campaña marquetiniana cuyo objetivo fue, entre otras cosas, intimidar. Trump se presentó como el matón del patio con una línea de defensa meticulosamente seleccionada de entre lo mejorcito de Silicon Valley. Todos hemos podido observar cómo los hombres más poderosos del mundo le cuidan las espaldas y le amurallan el fuerte. La retaguardia está formada por un ejército de más de 75 millones de votantes, pero no todos son trumpistas.
A la larga lista de followers se han sumado las personas enfadadas. Las insatisfechas. Las que no encontraron respuestas con el anterior Gobierno. Electores que van a las urnas con la espada desenvainada y no siempre por convicción política, ni por haber hecho match con el candidato de turno. Lo hacen para desatar la debacle, para que pasen cosas. Sucedió lo mismo en Italia y en Argentina.
Y aunque no podemos negar que a veces es necesario provocar que pasen cosas, tampoco es prudente ignorar que la gente enfadada es peligrosa. Muy peligrosa.