«Ya te digo», «ya te vale»

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

26 ene 2025 . Actualizado a las 10:07 h.

Estamos arruinando el lenguaje. Secando el océano del idioma. Las palabras del año 2024 en castellano y en galego fueron obvias. Dana para el castellano y cantareiras para o galego, justo cuando se les va a dedicar o noso Día das Letras. Muy lógico. Pero esa querencia por amar el diccionario no se refleja en nuestro día a día. El abuso que hacemos de las redes sociales (espectacular el último informe sobre menores) demuestra que nuestra forma de comunicarnos se ha empobrecido hasta límites insoportables. No es que la gente sea más coloquial. Es que en este país no se lee. O se lee muy poco. Ellas son las que más leen. Recuerdo que un profesor de literatura decía con razón que la mejor forma de que un chaval no tenga faltas de ortografía es que lea libros. La cabeza trabaja y va grabando de tal manera las palabras que las faltas desaparecen. Es así. Ese sistema no falla. Pero hoy el WhatsApp nos transparenta y deja bien claro que la mayoría utilizan un puñado de vocablos, no más. Y encima lo hacen mal. Además, como denuncian los profesores, los chavales llevan el lenguaje escrito del WhatsApp a los exámenes. Palabras abreviadas, que convertido en q, y todo el rato así.

No sucede solo en lo que teclean. Es muy habitual la expresión en voz alta de «ya te digo» o «ya te vale». Te lo responde muchísima gente a cualquier comentario. Tú dices: «Mañana voy a ir al cine», y te contestan: «Ya te digo». Y te quedas pensando qué quiere decir. El otro clásico presuntamente coloquial es el «ya te vale». Tú anuncias: «Voy a bajar a comer». Y un eco te responde: «Ya te vale». Ya te vale qué. Tener hambre, ya te vale es por el precio que te va a costar el menú, ya te vale es por la necesidad de alimentarse. Absurdo. Pero es una coletilla que se ha colado de una manera crónica y letal entre los ciudadanos.

Volvamos al WhatsApp. A veces son mejores las trastadas que hace el corrector, que parece un corruptor, cuando te cambia comida por lamida. Tú tecleas: «Es hora de la comida» y a tu interlocutor le llega: «Es hora de la lamida». La presbicia que asoma a ciertas edades no ayuda a que esos mensajes truncados no lleguen a su destino. Pero eso es una anécdota al lado de la abundancia del lenguaje de escaso gusto con el que la mayoría te responden a cualquier frase. Una sucesión de ja, ja, ja a cualquier cosa que digas. No sabes si se ríen de lo que has puesto o si se ríen de ti.

No es un asunto menor. Los expertos dicen que el lenguaje es clave para articular nuestros pensamientos. Y que una recortada capacidad de expresión puede aumentar la capacidad de depresión. No hay pensamiento sin un idioma que lo sustente. Y la operación para llenar nuestro cerebro de palabras es muy sencilla. Tomen un libro y lean. Serán más libres. Los hay espectaculares y muy sencillos de devorar. Se me ocurre Juventud, de Joseph Conrad, un volumen muy breve que cuenta una primera travesía de un barco y que no olvidarán. Dejemos de poner gruñidos en el WhatsApp, seudocarcajadas. Hasta a través de las redes sociales se puede escribir de una manera que merezca la pena.