
Tienen algo adictivo las implacables sesiones de confirmación de altos cargos —fiscal general, secretarios, directores de la CIA y del FBI, etcétera— que se ventilan en el Senado de Estados Unidos estos días. Quizá porque despliegan elementos que escasean aquí: calidad oratoria, intensidad pero con datos, peligro real tanto para quien pregunta como para quien responde. Y, por fin, riesgo: el nuevo secretario de Defensa necesitó el voto de desempate del presidente de la cámara. Las cuentas de partido pueden fallar. Anteayer, la confirmación de Robert Kennedy Jr. apenas se caracterizó por la elocuencia: el hijo de Bob Kennedy padece disfonía espasmódica y es demasiado propenso al activismo casi conspiratorio. Me pareció percibir algo de rencor en sus antiguos compadres demócratas. También Bernie Sanders fue duro, pero le salió regular: Kennedy le dijo que carecía de sentido preguntarle si aceptaría presiones de las grandes farmacéuticas, porque a ninguna se le ocurriría ofrecerle nada, mientras que, en la campaña presidencial del 2020, Sanders fue quien más recibió de esa industria: casi millón y medio de dólares.
Efectivamente, hay un ránking independiente de las donaciones a políticos y se puede consultar. Y en el 2020 Sanders lo encabezaba. En los últimos años, Kamala lo capitanea seguida a distancia por Biden. Al menos, la confirmación de Kennedy sirvió para que se discutan hoy estos datos y algunos enfoques extremos del candidato: es cierto que Estados Unidos va por detrás en esperanza de vida, pero porque pierde muchísima gente implicada en conductas de riesgo que no llegan siquiera a cumplir los sesenta. Algo relacionado con factores no solo de calidad y organización sanitaria.