Cuando uno viaja, nunca está perdido, aunque no sepa en realidad a dónde va. Entre Salzburgo, el paraíso de la ópera, y Mauthausen, un escenario de la barbarie nazi, uno puede llegar a sentir la curiosidad de desplazarse hasta Braunau, la cuna del mal, la madriguera del odio, la pequeña ciudad austríaca en la que vino al mundo uno de los mayores criminales de la historia, Hitler. Da la sensación de que el río que pasa por esta localidad, el Inn, arrastra en silencio las lágrimas que la humanidad lleva vertidas por las vidas que cobró el régimen del dictador alemán. Hay sitios que quedan marcados para siempre, con estigmas siniestros que ni el sol más brillante es capaz de iluminar. Este sábado se entregarán en Granada los premios Goya, y uno de los trabajos candidatos es ¿Quien teme al pueblo de Hitler?, una obra del austríaco nacido en el entorno de Braunau, Günter Schwaiger, que ahonda en el debate sobre el destino de la casa natal del dictador. Frente al inmueble permanece, como símbolo, la Piedra contra el fascismo y la guerra, originaria de Mauthausen. El edificio estaba destinado a lugar de acogida de personas con diversidad funcional, pero el nuevo Gobierno austríaco, que lo expropió hace unos años, decidió instalar allí una gendarmería, que era un destino similar al que le había atribuido el fuhrer. «El mal no vino de fuera, salió de entre nosotros», se escucha en uno de los pasajes de la obra. Los verdugos, sus cómplices y los que gestionaron el mal no eran una minoría. Hay mucho inocente culpable. Lo difícil es saber cuando uno se convierte en agresor. Como escribía García Márquez, el tiempo no pasa, da vueltas.