Mientras Ayuso grita que Sánchez la quiere matar en televisión, sin pruebas, y sin ningún rubor, pienso en que ha llegado el carnaval. Y por un momento me imagino que es una chirigota. Es la única manera de aguantar la realidad. Y ahí, en el refugio del humor, en el Teatro Falla, es donde todo cobra sentido, porque es donde se canta el sentir de la gente, donde se les llama a las cosas por su nombre, donde se aplaude a rabiar el ingenio y donde se apedrea con gritos de «fuera, fuera» a los negacionistas que quieren su minuto en la televisión. Cádiz es la libertad, es la gracia y es la certeza. Este año la canta el Selu, que se ha vestido como la Juani Wainjaus, pintada como una puerta pero con su bata de Juani, para contarnos cómo gestiona los pisos turísticos. En esa atmósfera en la que la guasa tiene la mirada trágica de Schopenhauer, la risa es el único mecanismo para soportar la injusticia y el dolor de la vida. Por eso Cádiz ya nos advirtió hace dos años que estaban aupándose los nazis, «orgullosos de su red, los nazis blanqueados con su columna diaria, los nazis con nostalgia del 36, los nazis con toga»... Y Cádiz no se equivocó. Este año le hacen un hueco también al rey y al emérito con un temita con la música del Torero de Chayanne, aunque con otro lexema y el mismo sufijo -ero, que rima, claro, con «Juan Carlos, primero». En Cádiz, Ayuso tiene siempre el poder... para una chirigota, no hay otra copla. El humor solo canta la verdad.