![](https://img.lavdg.com/sc/JuldBnL3SPkS-Ez-SLtZ095e_dE=/480x/2025/02/07/00121738946341997231137/Foto/J_20240414_165827000.jpg)
Vivimos en el mundo de la hiperconexión. Las redes sociales nos lo facilitan. El ejemplo más claro es WhatsApp, junto con otras muy utilizadas por los jóvenes, y no tan jóvenes, como son Facebook, Instagram, X, LinkedIn, o TikTok. Podemos conectarnos con otras personas en tiempo real, a distancia, como si las tuviésemos delante. Y mantenemos conversaciones con ellas a través de mensajes. Incluso podemos verles su cara si hacemos una videollamada. Claramente, hemos entrado en otro tipo de comunicación entre humanos.
Esta hiperconectividad nos lleva al mundo de la inmediatez. Al aquí y ahora. No al después. Todo tiene que ser rápido e inmediato. La paciencia queda a un lado. Esta forma de actuar es nueva, pero cada vez más habitual en más y más personas. Pocos carecen hoy de teléfono móvil. Esos pocos que no lo tienen, o que no les da la gana de que se lo impongan, son considerados raros, excéntricos, anclados en el pasado. Los tiempos cambian. Hay que adaptarse a ellos, se dice. Esta hiperconexión y esta inmediatez es un nuevo elemento que ha llegado para quedarse en nuestra cotidianidad. Pero nos cambia la forma de relacionarnos con otras personas, de ver el mundo, y de contemplar el transcurrir del tiempo de un modo radicalmente distinto a otras épocas pasadas.
Todo avance tecnológico tiene su parte positiva y su parte negativa. En esta hiperconexión virtual, la buena es que permite estar conectados con otras personas, sobre todo con las más cercanas, como familiares y amigos, y para el trabajo, ocio y diversión. Hoy una gran parte de las personas están mucho tiempo delante de su móvil. Parece que es un órgano más de su cuerpo, que se le ha pegado al mismo. Muchas compras se hacen directamente a través de él, o, como ya es habitual, en la reserva de billetes de autobús, tren o avión.
Pero también hay aspectos negativos en esta hiperconectividad virtual. Se habla menos cara a cara con las personas, ni presencialmente, ni por teléfono a través de la voz. Lo hacemos de modo online. Se queda menos presencialmente, como ocurre con el teletrabajo, que es virtual, viajamos menos para ver en carne y hueso a otras personas, incluso a nuestros familiares. Estamos cambiando la distribución del tiempo dedicado a los distintos aspectos de nuestra vida.
Estamos en el siglo XXI, con nuevas formas de relacionarnos y de adaptarnos a esta nueva realidad. No nos damos cuenta del paulatino e imparable cambio que se viene produciendo, de un alto calado. Pero esto es algo inherente a nuestros desarrollos tecnológicos, a nuestro desarrollo como humanos. A nuestra vida.