
Ismael tiene el carácter de esos héroes anónimos que engrandecen a la humanidad. Se crio ayudando a sus padres en la pizzería Tívoli de Zas. Es de esa gente que regala alegría. Ahora que es enfermero, un paciente le dio unas cuchilladas y, una vez fuera de peligro, no se lo tomó a mal. Tiene un lema de una ética imbatible: «Hai que poñerse na pel dos demais». Su agresión ha despertado el dolor adormecido por las frecuentes agresiones verbales o físicas a profesionales de la sanidad. Un grito unánime contra una tendencia nefasta. «Si se muere, te mato», pronunció el familiar de una enferma a una sanitaria, como si esta tuviese el secreto de la inmortalidad. Son palabras que duelen como puñaladas. Actos innobles de inspiración cobarde dirigidos a gente indefensa. Es el riesgo de los que luchan día a día por salvar vidas. La salud no se compra en el mercado ni se baja de una aplicación informática. Un médico sabe que siempre tiene la guerra perdida contra la muerte. Solo puede ganar batallas. Se lo escuché a un galeno de mérito. De esos admirables que merecen tener una calle por su dedicación y competencia. La sanidad es un servicio, no una servidumbre. Son nuestros salvadores, no nuestros criados. Les debemos el tesoro más preciado, la vida. Estamos en una sociedad que cultiva el odio en latifundios. Es triste que los sanitarios tengan que ejercer bajo vigilancia policial. Es la propia sociedad la que necesita hacérselo mirar, con tanta crispación trasladada a los consultorios. A este paso habrá que gastar el dinero en agentes de seguridad antes que en especialistas, enfermeras o tratamientos. Un despilfarro. La violencia no cura.