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La ya clásica novela El desierto de los tártaros, del italiano Dino Buzzati (1906-1972), explora cómo el tiempo puede ser tanto un aliado como un enemigo, especialmente cuando la vida se consume en una espera interminable por algo significativo que tal vez nunca llegue. En esta historia, el protagonista, Giovanni Drogo, es destinado a la Fortaleza Bastiani, un puesto militar solitario en el desierto, donde el tiempo parece detenerse. Los días se suceden en una rutina monótona, mientras Drogo espera una gran batalla o una misión gloriosa que le dé sentido a su existencia. Sin embargo, el tiempo transcurre implacable, y lo que inicialmente era una carrera llena de expectativas se convierte en un lento desvanecimiento de oportunidades.
Parecido planteamiento tiene el relato La bestia en la jungla, de Henry James (1843-1916). El protagonista, John Marcher, es un hombre obsesionado con la idea de que su destino está marcado por un acontecimiento extraordinario, una «bestia» que acecha en la jungla de su vida. A lo largo de los años, su amiga May Bartram le acompaña en su espera, ofreciéndole una conexión emocional que él no valora plenamente. Sin embargo, cuando finalmente comprende que la tragedia que temía no era un evento externo, sino la incapacidad de amar y vivir plenamente, ya es demasiado tarde, y el relato se convierte en una reflexión sobre la soledad, el tiempo perdido y la angustia de una vida sin propósito. Pasan los días, veloces como nubes, y así vivimos: aferrados a la inútil espera. Espera por algo que «ha de venir», postergando lo esencial, el verdadero disfrute de la vida: una conversación con un ser querido, un café con ese amigo que no has visto en tanto tiempo, la lectura de un libro, un rayito de sol por la mañana o el roce húmedo de la lluvia. Pero el tiempo, como el óxido o la carcoma, avanza sin piedad, no espera. Y es que, como decía Ernest Hemingway, «vivimos la vida como si tuviéramos otra en la maleta».