
En el verano de 1948 comenzaron a llegar cartas de lectores indignados a la redacción de la revista New Yorker. Los remitentes estaban escandalizados por un relato corto publicado en aquellas páginas. Con el tiempo, se convertiría en uno de los cuentos más celebrados de la literatura estadounidense. La lotería, de Shirley Jackson. La pieza literaria salió a la luz el 26 de junio. La historia transcurre un 27 del mismo mes. Un pequeño pueblo americano. Una mañana clara y soleada. Una celebración. Los vecinos van llegando a la plaza. Se saludan. Los hombres hablan «de la siembra y la lluvia, de los tractores y los impuestos». Las mujeres llaman a los niños, que se afanan en acumular piedras. El encargado de dirigir la lotería organiza también los bailes tradicionales, el club juvenil y Halloween. Charlan. En otros lugares han suprimido la lotería. Los veteranos refunfuñan. «Pandilla de jóvenes estúpidos». «Eso solo puede traer problemas». «Dentro de poco querrán que volvamos a vivir en cuevas». «La lotería en junio con el trigo a punto». Comienza el proceso. Esperan acabar pronto, antes de comer. Desfilan ante la caja negra. Recogen papeletas. Las abren. A una familia le ha tocado una con un punto negro. Se realiza otro sorteo entre sus miembros. La agraciada es la señora Hutchinson. Protesta. «No es justo». Una piedra le golpea la cabeza. Todos se abalanzan sobre ella. Fin. Muchos lectores se escandalizaron por el retrato de este grupo, supuestamente respetable, provisto de presuntos valores de toda la vida y desprovisto de humanidad. No es tan difícil convertir la barbarie en costumbre, normalizar lo monstruoso. Basta con empezar. El estómago acaba digiriéndolo. La lotería. Parece que fue escrito ayer. Sirve para mucho de lo que sucede hoy.