Parece que al alcanzar cierta edad uno se suscribe al paquete prémium de nostalgia y, desde luego, esta era del capitalismo asalvajado saca rédito de todo. También de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Los vinilos, aquel formato denostado, se han convertido en un objeto de culto. Ciertos videojuegos cuestan hoy más dinero que cuando salieron, hace treinta años. Y los productos audiovisuales resurgen de sus cenizas una y otra vez. Solo hay que pensar en esa gran oda nostálgica que ha sido volver a ver a Ramón García en la gran fiesta de los pueblos.
Es cierto. El género de drama adolescente es una constante televisiva. En España, quienes nacimos en los 80 nos criamos primero con Al salir de clase y posteriormente con Compañeros, una versión descafeinada que, al final, se convirtió en fenómeno de masas y que dejará para el recuerdo la historia (tóxica) de Quimi y Valle, que han tenido una cita 20 años después en otra serie, con otros nombres. Le toca el turno ahora a la siguiente generación, la de Física o Química, que vuelve a la pantalla para, seguramente, intentar vivir de rentas. La economía de la nostalgia trae nuevos estudiantes y otra forma de ser y de estar en un mundo que ya no es para nada el mismo, pero también un guiño a quienes crecieron en aquel colegio con cameos de anteriores personajes.