
El pelo le viene de lejos. O sea, a pesar de la inflación en Argentina Javier Milei sabe lo que vale un peine. Si no lo usa, pues el precio puede permitírselo, es por una decisión estrictamente personal. El pelo le gusta como el cerebro, muy revuelto. Lo de sus ojos es otro cantar. Que sean pequeños y azules no es una elección. Se nace así. Habrá a quien Milei le haya entrado por la vista, pero no se conocen estudios que digan que el hombre llegó a la presidencia de Argentina conquistando a la gente con una mirada. Una mirada que recibe el auxilio de unas gafas que a duras penas se sostienen sobre el puente de la nariz. Pero no es suficiente: a Milei tanto le falla la vista como la visión. Lo penúltimo ha sido promocionar una criptomoneda falsa. Llegada la ruina de muchos inversores, el hombre y su pelo se encrespan: «Si vos vas al casino y perdés plata, ¿cuál es el reclamo?». Quizá, las urnas. Hay políticos a los que mejor les iría deslizando la motosierra por su propia lengua.