
En el Curioso impertinente, el gran Cervantes escribió que Anselmo, deseoso de conocer hasta dónde llegaba la fidelidad de su pareja, Camila, le pide encarecidamente a su mejor amigo, Lotario, que la corteje para ponerla a prueba y saber de verdad cuánto podía estirar la cuerda del amor. Lotario trata de soslayar el encargo y se afana en convencer a su colega del error de su propósito. Anselmo insiste y, no contento con las pruebas de lealtad de su mujer y su compinche, quiere que este fuerce la máquina e insista en los galanteos. Y tanto fue el cántaro a la fuente que Camila y Lotario acabaron dándose el lote y se convirtieron en amantes, mientras el esposo seguía convencido del éxito de su majadería. Como siempre acaba ocurriendo, la realidad pone a Anselmo con los pies en este mundo, es advertido de su generosa cornamenta y el asunto acaba de forma penosa. Me acordé de este relato escrito con letras de oro e incluido en El Quijote al enfebrecer los algoritmos con la desgarradora escena de José Carlos Montoya fuera de sí al ver a su novia, Anita, en pleno coito con un tal Manuel, el Lotario de turno para quien tentó la robustez de su amor en un programa televisivo. El Anselmo de La isla de las tentaciones lanzó su desesperación a correr por la playa y el asunto adquirió marchamo de farsa con las imágenes llegando a los más alejados rincones del mundo, con canales yanquis o medios como Le Figaro y The Guardian abordando la peripecia como un gran hito de la televisión. Y Montoya, que ha ganado la cumbre en el mundo del famoseo, hasta saca canción. ¡Mimadriña! Nada nuevo: cada uno con su cuero puede hacer un pandero.