
Como aquellos niños mimados que se llevaban la pelota a casa si no podían elegir equipo, Donald Trump ha restringido a los periodistas de la agencia AP, una institución en Estados Unidos, el acceso al despacho oval. ¿La razón? Mantenerse fiel a sus principios editoriales y a la historia. Y no haberse plegado a su capricho supremacista de rebautizar el Golfo de México como el Golfo de América.
El ogro naranja y su bro Elon Musk ya no disimulan. Ante las cámaras de televisión y en las redes se comportan como matones y trolls: amenazan y denigran a cualquiera que anteponga la ley, la moral u otros intereses a sus designios.
En un país serio, Trump (recordemos que es un convicto) nunca hubiera podido presentarse otra vez a la presidencia. Lo hubieran detenido y procesado por golpista, como ha ocurrido en Brasil con Jair Bolsonaro. Como puede pasar en Argentina si Milei, el de la motosierra, vuelve a ser cómplice de una estafa masiva. Pero así son las democracias. Perdonan. Dan garantías que aprovechan sus enemigos.
Citemos a uno de ellos, Joseph Goebbels, en un artículo de 1928: «Vamos al Parlamento para procuramos armas en el mismo arsenal de la democracia. Nos hacemos diputados para debilitarla. Si la democracia es tan estúpida que para este menester nos facilita dietas y pases de libre circulación, es asunto suyo». Palabra de nazi. ¿Les suena a algo reciente?