
En algún momento de su proceso de formación, ya fuera en el colegio, el instituto o la universidad, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se perdió la clase sobre refranes. O, si asistió, no puso atención. De haberlo hecho, quizá recodaría aquello de «ante el vicio de pedir está la virtud de no dar».
Porque si algo tienen ERC y Junts es una afición desmedida por pedir. Primero pidieron el indulto a los cabecillas del procés. Se les indultó. No conformes, reclamaron la reforma del delito de sedición, el mismo por el que habían sido condenados Junqueras y compañía. Se trataba de despejar el camino para que, cuando acometan en el futuro otra intentona independentista, no tengan problemas con la justicia. También se reformó el de malversación, porque para la siguiente declaración de independencia hace falta dinero, y no lo van a poner de su bolsillo, mejor que salga del de todos los ciudadanos catalanes. Cuando parecía que ni el Gobierno ni los españoles tenían estómago para soportar más, llegó la amnistía. El indulto había beneficiado a políticos como Junqueras, a los que se quedaron en España, fueron a juicio y cumplieron tres años en prisión. Pero quedaba, entre otros, Puigdemont, el valiente, el que escapó en el maletero del coche. El indulto no le servía. Así que Sánchez le dio una amnistía, un borrado preventivo de los delitos.
¿Algo más? Por supuesto. En los últimos días ERC anunció que habían logrado una condonación de deuda catalana. Como el Gobierno no tuvo la desfachatez de aplicar la medida solo a Cataluña, sino que la hizo extensiva a todas las comunidades, ha provocado dos reacciones. De un lado, Puigdemont, que no pudo anotarse este tanto y en un gesto de solidaridad sin precedentes se ha enfadado por «el café para todos»: él quería más dinero y solo para Cataluña. Y por otro, el enfado de las comunidades poco endeudadas. La deuda no desaparece, lo que se hace, en realidad, es redistribuirla entre todos los ciudadanos.
¿Y ahora qué? Ahora que han conseguido el indulto, la amnistía, el fin del delito de sedición, la rebaja de la malversación y la condonación de deuda, ¿qué más pueden pedir Junqueras y Puigdemont? Habrá que estar atentos, pero no descartemos que se pongan nostálgicos y quieran reeditar una nueva versión de la Corona de Aragón bajo dominio de la Generalitat. Anexionarse Islas Baleares, ese fantástico destino vacacional, o Aragón, convertida en pujante polo industrial y logístico. ¿Comunidad Valenciana? No, Valencia no. No interesa tener que asumir el coste de la reconstrucción tras la dana. Quizás más adelante.