
El despacho oval de la Casa Blanca parecía el camarote de los hermanos Marx. Estaba a rebosar de invitados del presidente Trump, auxiliado por su vicepresidente y otros responsables políticos. Una veintena de periodistas entusiastas con la nueva etapa presidencial acompañaban al líder republicano. Sentado a su lado estaba el presidente Zelenski, quien iba ser víctima de una encerrona que desembocó en una burda humillación. Fue un «solo ante el peligro», protagonista involuntario de una celada primitiva y elemental. El presidente ucraniano era el botín de guerra que Trump iba a ofrecerle en bandeja a Putin. La caricatura de un armisticio, la firma de la entrega del «tesoro de Sierra Madre» en forma de tierras raras, de la veintena de minerales estratégicos que exigía el presidente de los Estados Unidos para saldar la deuda de la ayuda prestada por Biden a Ucrania.
Zelenski respondió firme y cortés al monólogo de un Trump megalómano y faltón, optando por los viejos cánones, por la mítica frase de la Pasionaria que prefería morir de pie a vivir de rodillas. Valentía y honor tras ser insultado por el meritorio vicepresidente Vance y responder a un periodista de atrezo, el palmero trumpiano Brian Glenn, reportero de una plataforma de streaming difusora de bulos, que interpeló a Zelenski por no llevar traje a la cita de la Casa Blanca.
La respuesta del líder ucraniano fue rápida y precisa. Llevará traje cuando termine la guerra. Su vestimenta era la correspondiente a un soldado, era ropa de trabajo, de faena, correcta y de negro luto por los miles de compatriotas muertos, asesinados en combate. La ropa que vestía aquella tarde era su enseña, su bandera, con el escudo de su país invadido bordado en el pecho. Los corifeos trumpianos vestían el uniforme del líder, terno azul más claro que oscuro y corbata de un rojo bermellón para subrayar unanimidades.
Apeló el presidente norteamericano a cartas marcadas que Zelenski no tenía, pero tampoco el póker de ases cambiaba de mano, y de la manga sacó un falso repóker en forma de terrible admonición: la tercera guerra mundial. Bien sabe Trump que sería la última, un conflicto nuclear, el Armagedón que vendrá.
Bochornoso fue el encuentro de una docena de Goliat con el pequeño David, que resistió con bravura los embates sufridos. Supo ponerse el traje de la dignidad y la soberanía, el traje de la gratitud mostrada en su intervención, el traje de la gallardía y la libertad. Quizá debió haber acudido a la casa blanca con chaleco antibalas y americana.