
Se acercan tiempos de lucha constante frente a un supremacismo y negacionismo de los derechos de las mujeres que, creíamos, estaban ya superados frente al retorno de una masculinidad «hegemónica» que postula y promueve el retroceso a un tiempo pasado significado por el exclusivo protagonismo del sistema patriarcal. En estos momentos es evidente que existe un relato patriarcal que está invadiendo y permeando el espacio público sin ningún tipo de complejos. Sin lugar a dudas, tiene lugar un cuestionamiento permanente a la digna y humana exigencia de igualdad entre hombres y mujeres.
Dada su creciente visibilización, son conocidas las nefastas consecuencias generadas por este sistema de dominación en la vida social. La persistente violencia y manipulación ejercida sobre el colectivo femenino, tanto en el ámbito privado como público, que presencian nuestras sociedades va a reflejar el proceso de deshumanización provocado por esta práctica de dominancia masculina (léase el caso Pelicot, el caso Jenni Hermoso, la violencia vicaria, etcétera).
En líneas generales, este anacrónico ordenamiento patriarcal conduce a un variado repertorio de trastornos sociales como consecuencia de la imposición de una serie de funciones asignadas al colectivo femenino, eternamente subordinado y maltratado a través de los tiempos. Hoy estamos asistiendo a un virulento rebrote de la mentalidad patriarcal ligada al poder, la sumisión y la violencia sobre la mujer. Por ello, resulta necesario y apremiante cuestionar y demoler las vigentes estructuras jerárquicas del patriarcado en todos los ámbitos de nuestras democráticas sociedades. En este sentido, resulta sorprendente que se produzcan rebrotes continuos de ciertos relatos orientados al cuestionamiento de una serie de derechos y condiciones de igualdad conseguidos por las mujeres que hasta hace poco tiempo se consideraban justos e indiscutibles. Es decir, en su afán por mantener sus heredados privilegios, se pretende perpetuar el dominio masculino sobre las mujeres. Por ello, es preciso activar la movilización social para intentar conseguir una sociedad aceptablemente más igualitaria, humana y desprovista de servidumbres en todos los campos de la realidad social.
Por último, dada la manifiesta indolencia que existe en nuestras sociedades frente a los agravios y perjuicios acometidos hacia los demás, nada más apropiado que rememorar el poema Los indiferentes, de Martin Niemöller: «Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista… Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista… Luego vinieron a por mi, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada». Porque todo este movimiento reaccionario que está emergiendo en nuestro mundo nos atañe y afecta a todas y a todos en su conjunto. Y los actuales jerarcas del orden mundial, dignos representantes de la sinrazón, la infamia y la impunidad, ya se han puesto a la tarea. Y no van de farol. Atentas.