Trump, el elefante en la cacharrería

M.ª Carmen González Castro
M.ª Carmen González VUELTA Y VUELTA

OPINIÓN

Leah Millis | REUTERS

13 mar 2025 . Actualizado a las 16:42 h.

Como un elefante en una cacharrería. Así es como ha decidido Donald Trump que sea su vuelta al poder. Si ya en el primer mandato dejó pruebas continuas de que la ortodoxia y la corrección política no van con él, en los menos de dos meses que lleva en la Casa Blanca se ha comportado como un líder vengativo e impulsivo. Es cierto que dentro del país existen una serie de mecanismos que han hecho que muchas de las medidas que fue firmando no pudiesen aplicarse. La justicia ha bloqueado parte de sus iniciativas, como el recorte de la ayuda exterior y varias medidas contra inmigrantes y personas transgénero. Incluso dentro de su propio Gobierno, miembros clave han tratado de contener los efectos de algunas decisiones, como los recortes impulsados por Elon Musk. Desde el primer momento se vio que a nivel interno la situación tendería hacia un equilibrio pasadas las primeras semanas de exaltación, sobreactuación y, sobre todo, venganza contra todo lo que hicieron sus predecesores.

¿Y a nivel externo, más allá de sus fronteras, donde Estados Unidos es una gran potencia frente a la que no hay juez posible? Si levantó ampollas su plan para salvar Gaza (un proyecto inmobiliario para levantar una nueva Riviera), el trato a gritos a Zelenski en el despacho oval, retransmitido en directo, parecía conducir al planeta a la Tercera Guerra Mundial. Un conflicto al que Estados Unidos asistiría regalando Ucrania a los invasores, apoyando material o espiritualmente a Vladimir Putin —el tradicional enemigo de los americanos— y despreciando a Gran Bretaña y a la blanda Unión Europea —sus tradicionales aliados—. En resumen: el resultado de meter un elefante en una cacharrería.

Sin embargo, el acuerdo alcanzado en Arabia Saudí, por el que Ucrania acepta un alto el fuego de un mes, parece que abre una vía de esperanza. Al menos, el ejército ucraniano recupera la ayuda militar y el apoyo de los servicios de inteligencia americanos, que habían sido retirados como medida de presión tras el bochornoso incidente en el despacho oval. Y aunque Trump no disimula su admiración por Putin —probablemente es el tipo de líder que le gustaría ser, al que nadie tose, con el que nadie discrepa porque discrepar puede significar la muerte—, no parece que sea de su agrado que se le resista al acuerdo por el que quiere pasar a la historia, ni mucho menos que sea Rusia la que le dicte el guion. Once días después del caos total en la Casa Blanca parece que hay un camino para retomar un orden mundial y una relación de fuerzas parecido al que teníamos. Aunque sea un equilibrio frágil. Porque un elefante en una cacharrería nunca será de fiar.